Conspiración de bolsillo

Hemos visto muchas películas cuyo argumento nos coloca en mitad de un complejo sistema de tejemanejes psicóticos

Hoy quiero permitirme la osadía de lanzar una idea peregrina ahora que hasta lo más inverosímil se termina poniendo de moda, como las teorías "conspiranoicas". Cuando la realidad supera a toda ficción y cuando, además, pensada del modo más frío posible sigue siendo para no creérsela, la neurona se pone a todo lo que da para tratar de darse una explicación a lo que sea que esté pasando a su alrededor y reordenar su estructura en busca de un esmirriado equilibrio perdido. En esas elucubraciones más o menos respaldadas por datos fidedignos se puede ir del catastrofismo más funesto al disparate más extravagante. Y si cualquiera de las dos formas alberga tintes cómicos, aunque el tinte sea negro, me las quedo. Un espacio de tiempo en blanco que no se rellena con cuitas cotidianas da para mucho onanismo mental, como dar pábulo a la veracidad de una vida controlada sin darnos ni cuenta. Hemos visto demasiadas películas cuyo argumento nos coloca en mitad de un complejo sistema de tejemanejes psicóticos, neuróticos y filosóficos urdidos por súper entes sin nombre ni rostro conocido como para no caer en la tentación de montarnos nuestro propio guion. Y dado que una de las premisas fundamentales es la existencia de un ser ignoto, se me antoja imaginar a un zumbado obsesivo y aburrido de la vida tumbado en un sillón sin más ambición que pegar la oreja a cuantas conversaciones se generan a lo largo del día y a lo largo y ancho del planeta. Y ¿cómo? Pues vuelta a las mismas, a los no sé si bien o mal llamados móviles inteligentes y esa alegre facilidad que ofrecen para el trasiego de informaciones textuales, auditivas y visuales de toda naturaleza. No sé. Llámenme suspicaz, pero me sigue oliendo a cuerno quemado la supuesta gratuidad de ciertos servicios, y ni hablar ya de ese estar localizados hasta en el mismísimo trono de porcelana, no sea que nuestra pareja sospeche que se la estamos pegando con el fontanero, tan dado él al protagonismo de ficciones calenturientas. Así pues el disparate axiomático, o no, con el que hoy me entretengo es ¿y si resulta que más allá de ser espiados con fines controladores van a ser las ansias chismosas de un pirado en bata con mando a distancia? Hablar con la conciencia de que lo que se dice es sólo una grotesca presunción proporciona mucha más libertad de movimiento. Al fin y al cabo, ¿quién le ha puesto alguna vez límite a la imaginación?

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