La tribuna

Luis Felipe Ragel

La Constitución ya peina canas

QUEDAN pocos días para que nuestra Constitución cumpla treinta años y parece oportuno que le dediquemos este artículo de opinión, que será una gota de agua en el océano de reflexiones que próximamente se expresarán en los distintos medios de comunicación.

La Constitución se va haciendo mayor, va perdiendo lozanía con los años y ya peina sus primeras canas. Su vestido, que antaño era deslumbrante, comienza a decolorar y su tela está raída. A lo largo de su vida sólo ha modificado su aspecto en una ocasión, cuando su inclusión en la Unión Europea obligó a añadir dos palabras al artículo 13: "y pasivo".

Por el contrario, sus hijos, los lustrosos Estatutos de Autonomía, se retocan cada cierto tiempo, están completamente al día en lo que respecta a las modas políticas, se adornan mejor y crecen, crecen y crecen. Crecen continuamente. Quieren ser como su madre y algunos aspiran a tener más estatura que ella. Tienen mecanismos de adaptación y crecimiento mucho más ágiles.

Pero la pobre Constitución tiene difícil arreglo. Si se pretendiera alterar el Título Preliminar, los preceptos que declaran los derechos fundamentales y las libertades públicas, así como el Título dedicado a la Corona, se requeriría la aprobación del principio por mayoría de dos tercios de cada Cámara y la disolución inmediata de las Cortes, seguidas de la elección de nuevos parlamentarios para ratificar la decisión y estudiar el nuevo texto, que deberá ser aprobado por mayoría de dos tercios de ambas Cámaras.

Así pues, es absolutamente necesario que los retoques constitucionales que se pretendan realizar cuenten con el apoyo de los dos partidos mayoritarios. En las circunstancias actuales, ese acuerdo -el añorado consenso- es difícil de alcanzar porque lo que pretende un partido difícilmente lo defenderá el otro. Materias tan sensibles como la expresa concesión del derecho a la vida al nasciturus, la permisión de la eutanasia o el matrimonio entre personas del mismo sexo, difícilmente podrían ser objeto de un consenso, dadas las conocidas divergencias que los principales partidos mantienen sobre ellas.

La Constitución debe ser el reflejo de los valores esenciales de una determinada sociedad y esos valores sólo pueden ser verdaderamente conocidos cuando se consulte directamente al pueblo para que exprese su parecer. Eso no es fácil de conseguir y ya señalaba Aristóteles que "más allá de cien mil hombres, no hay democracia". Una verdadera democracia no debe limitarse a celebrar unas elecciones cada cuatro años, y tampoco es suficiente que se consulte al pueblo para que se limite a decir globalmente sí o no al texto elaborado por los políticos y que contiene materias muy diferentes y separables. Las consultas al pueblo deben ser más frecuentes y abiertas, para que se puedan conocer las opiniones mayoritarias sobre los temas más trascendentes.

Se habla de dar una nueva fisonomía al Senado para convertirlo en un órgano útil, en un lugar donde se representen de una manera eficaz las distintas sensibilidades de las Comunidades Autónomas. Sin embargo, esa decisión requeriría que se consultase a los ciudadanos si no preferirían suprimir ese órgano, que nunca tiene la última palabra en materia legislativa, en lugar de potenciar todavía más la influencia de las regiones en el rumbo de la política nacional.

Nuestra Carta Magna orienta las penas privativas de la libertad hacia la reinserción social de los condenados, pero la inmensa mayoría de los españoles votaría mayoritariamente por el endurecimiento de las penas de reclusión en los delitos más graves, en aquellos casos que denotan que el delincuente muestra tal desprecio hacia los demás que no cabe esperar que pueda reinsertarse jamás.

Desgraciadamente, los políticos pueden ponerse de acuerdo en ciertas materias que sólo a ellos les interesa. Por ejemplo, pueden mantener la manera de elegir a los miembros del Tribunal Constitucional o del Consejo del Poder Judicial, por más que muchos ciudadanos opinemos que esa manera de elegir es la causa de muchos de nuestros males jurídicos, que unos órganos no pueden ser independientes de otros cuando éstos eligen a los miembros de aquéllos.

Nos tememos, por lo tanto, que los principales partidos sólo se pongan de acuerdo en suprimir la preferencia del varón sobre la mujer en la sucesión al trono y aquellas otras cosas que sólo les conciernen a ellos. Y, con la que está cayendo en materia económica, vaticinamos que esas reformas necesarias tardarán años en producirse. Así que tendremos que acostumbrarnos a ver a nuestra Constitución peinando cada vez más canas.

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