Construyendo mundos

Se pueden construir dos mundos diferentes si uso la palabra "gesta" en lugar de la palabra "masacre"

Decía Wittgenstein, filósofo de la primera mitad del siglo XX, que "lo límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Quería decir que el mundo en el que nos desenvolvemos, el que sustenta nuestra nuestras opiniones y va dirigiendo nuestras vidas es el lenguaje y que modificando el lenguaje cambia nuestro mundo y por tanto cambian nuestras vidas. Pero hay que plantear una pregunta: ¿alguno de esos dos elementos, el lenguaje y el mundo, tiene preponderancia sobre el otro? ¿Cambia primero mi lenguaje y luego cambia mi mundo, o viceversa? Todo esto puede sonar a especulaciones filosóficas sin repercusiones en la vida real, pero no es así. En concreto: nuestras decisiones en el ámbito de la política, entre otras cosas nuestros votos, dependen del mundo que nos rodea, y por tanto, del lenguaje que utilizan los que hay en nuestro entorno. Por ejemplo, los que dicen que hagamos "algunas" cosas "bien". Estoy de acuerdo con ese consejo: debemos hacer las cosas "bien". Claro que siendo mi lenguaje el límite de mi mundo el problema radica en determinar qué e hacer las cosas bien dentro de mi mundo. Y puesto que "todas las cosas desean el bien" (aforismo escolástico) se trataba de una perogrullada darnos ese consejo. A no ser que el que diera tal consejo diera por supuesto que su "bien" es el "bien" de todos. Pero no es así. O también se pueden construir dos mundos diferentes si uso en mi lenguaje o en mi jerga la palabra "gesta" en lugar de la palabra "masacre". Parece como si estuviera referida a dos hechos diferentes, como si la realidad se bifurcara de acuerdo con las palabras utilizadas dando lugar a mundos diferentes. Y así podríamos seguir con más ejemplos. Pero lo más curioso es que la construcción de todos esos mundos distintos no se produce a partir de cero. Las palabras que oímos, los conceptos que nos rodean pasan por un tamiz que los acepta o los rechaza. Todo depende de la compatibilidad o incompatibilidad de tales conceptos con los contenidos previos. Eso explica la querencia por atender a unos medios de comunicación en lugar de otros. Y así vamos construyendo nuestro mundo, con contrafuertes a veces indestructibles. Es una pena que Wittgenstein tenga razón: vivimos encastillados en posiciones muy cercanas al dogmatismo que dificultan una comunicación fluida con los demás. ¿Será por esto que las resoluciones del Tribunal Constitucional dan en tantas cuestiones ese extraño resultado de 6 a 4?

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