Metafóricamente hablando

Contar la verdad es caro, cuesta la vida

Cientos de ojos lo observan todo desde el hueco de sus cuencas vacías. En sus oídos aún se escuchan los gritos ensordecedores del miedo. Sus bocas descarnadas, gritan desde su propia inmaterialidad, abiertas en un alarido contra la injusticia de la guerra, contra la violación de los derechos humanos, contra el asesinato, contra los regímenes sangrientos o contra las bandas armadas. Sus dedos conservan la huella de la tinta, tinta que durante generaciones sirvió para dar a conocer al mundo las atrocidades de las que es capaz el ser humano en su locura desatada, cuando ninguna norma, ninguna ética dirige sus actos.

El progreso hizo que desapareciera la tinta para documentar la barbarie, y en su lugar fotografías y vídeos ilustraban al mundo de todo cuanto acontecía más allá de sus fronteras. Todas esas imágenes se grabaron en sus retinas, conservándose en ellas más allá del tiempo y del espacio. Quizá se fueron de este lugar inhabitable con la esperanza de que fuera la última vez que se desataba la ira, de que ellos serían las últimas víctimas de la sinrazón de la violencia. Hoy les vemos ahí a diario, cubriendo la información con un casco, como si eso les pudiese proteger el corazón de tanto dolor acumulado.

Me asombra su seguridad y tesón cuando se comportan con la misma naturalidad que sus compañeros de profesión cuando los entrevistan, comentando la actualidad desde su cómodo sillón. Zaheridos por el frío, por el olor nauseabundo de la muerte que les rodea, por el miedo que se apodera de las personas que huyen despavoridas ante el sonido de las sirenas, ellos continúan informando como si estuviesen en una cápsula que les protege de los mismos peligros que hacen correr a los demás. Es asombroso ver el valor de aquellos que no dudan en acusar a la mafia de su ciudad, al régimen totalitario de su país, a los sicarios que matan con total impunidad, a los que violan a mujeres con la fiereza de una alimaña, o matan niños con total indecencia, en la certeza más absoluta de que ello les costará la vida.

Más asombroso aún es pasar de una cadena de TV a otra y ver otros profesionales coetáneos, nadando en la abundancia por tener entretenido al resto del mundo, para que esas imágenes no les perturbe su estúpida existencia, su falta de valor y de criterio, su sometimiento voluntario a las leyes del rebaño. Y uno, aún consciente de todo cuanto está pasando sigue su vida cotidiana, como si todas las injusticias que se cometen cada minuto fueran inevitables. Ayer un periodista asesinado en un país africano, otro día en un estado de latino América, y otro un cámara que cubría la guerra en Ucrania, el goteo de la vergüenza que no cesa. Contar la verdad es tan caro que cuesta la vida a miles de periodistas, mientras los demás comemos palomitas.

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