Contención o barbarie

Una barbarie traducida en desprecio activo contra las convenciones comunes sean leyes, sentencias o promesas

No hace falta ser un experto avezado en el orbe jurídico para refrendar que el derecho, en su versión democrática, es, en el mejor de los casos, una «ciencia inexacta» o contingente y por ende, que ni existió ni habrá un texto constitucional capaz de catalogar la inmensurable imaginación humana para prever por sí mismo los envites que, por directo o por defecto, le propinan la ocurrencia ocasional y la pulsión emocional o ideológica del político de turno. Y a partir de tal evidencia cobra sentido la exigencia de que sea el principio general de la buena fe el que afiance las relaciones ya privadas ya públicas, porque sin buena fe no hay justicia ni democracia que sobreviva: se pervierten las reglas de la convivencia y regresa la ley de la jungla. De ahí que politólogos como Levitsky y Ziblatt, (Cómo mueren las democracias) resalten dos actitudes básicas para equilibrar todo sistema democrático: la tolerancia mutua entre partidos rivales para aceptarse como adversarios legítimos, y la contención del gobernante para moderar el uso de sus prerrogativas y resistirse a la tentación de controlar la Administración en beneficio de su partido. Así que cuando, como ocurre en este país, los dos grandes partidos entran en un bucle de furor descalificatorio, en el que la animosidad prevalece por encima del respeto y se antepone la defensa del interés propio a la observancia del deber legal, con tal de evitar la victoria del otro, la democracia degenere en barbarie. Una barbarie traducida en desprecio activo contra las convenciones comunes sean leyes, sentencias o promesas dadas. Una falta de respeto desde la que al bárbaro dicta leyes a la carta, rehúsa la ejecución de un fallo judicial, o se contradice de lo apalabrado, incitando al rival a jugar con igual grosería, porque el civismo ante un abusador te deja, además de expoliado, como un tonto. Y podrá discutirse si la deriva se inició con los ERE andaluces o con las corruptelas del Pp, o por Sánchez (pactando con los antisistema o mercadeando indultos) o por Casado (y su enroque montaraz para renovar el TC o el CGPJ). Pero la degeneración social derivada de la polarización y, sobre todo, de la mutua falta de contención al pugnar todos por colonizar tribunales o instituciones neutrales y ativando sus artefactos mediáticos para demonizar al rival ante la opinión pública, resulta no ya triste sino, alarmante: así se envilece la democracia.

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