Carta del Director/Luz de cobre

Convivir con el virus

La pandemia sigue con nosotros. Es la mochila que llevamos adosada a los hombros como si de un caparazón se tratase

La pandemia sigue con aquí dos años después. Es la mochila que llevamos adosada, asida a los hombros como si de un caparazón se tratase. La fuerza de la costumbre se ha impuesto en todos nosotros. Recobramos la normalidad que podemos y en la medida que Ómicrón nos lo permite, tratando de alejar el virus y casi rezando porque una mañana no nos despertemos con fiebre, todos o mucosidad.

A pesar de que el miedo sigue instalado en nosotros hasta los tuétanos, lo cierto es que miramos al frente con la esperanza de convivir con una enfermedad que se hace crónica, con unos gobernantes que cambian de criterio en la misma medida que el viento sopla de poniente o levante y tratando de atemperar los daños colaterales que una economía débil y moribunda deja entre los que aquí habitamos.

Mientras la mascarilla forma parte de la indumentaria diaria, como un complemento más, tratamos de abstraernos de lo que ocurre a nuestro alrededor, como si no fuera con nosotros. Las cifras diarias, cada vez más preocupantes, se han convertido en una rutina. Las miramos, lo lamentamos, crecemos en miedo y precaución en la misma medida, y a los pocos minutos seguimos con lo que estamos haciendo, en la falsa creencia que si cerramos los ojos el problema deja de existir.

Pero la realidad es tozuda, muy tozuda. Si miras a tu alrededor compruebas que en tu entorno hay más positivos que nunca. Es rara la familia que ya no ha tenido más de un contagiado, en la mayoría de los casos leves. Pero están ahí como unas espada de Damocles que pende de nuestras cabezas a la espera de hacer su trabajo.

Y luego está la realidad, esa de que como les decía tratamos de sortear, pero que sigue ahí. Te acercas a un centro de salud o tratas de pedir una cita on line y te la dan para un mes después. La conclusión es fácil: para cuando tienes la oportunidad que te vean o te has curado o has muerto. No hay más. Y no es que los facultativos no hagan su trabajo, que lo hacen. Es que la saturación ha alcanzado niveles tan preocupantes que la atención se aleja, y mucho, de la que gozábamos antes de la pandemia.

No por ello hay que dejar de ser optimista. Reconociendo la propia Organización Mundial de la Salud que el 50% de la población europea se contagiará en dos semanas, ya se imaginan lo que nos espera. Pero hagan vida normal, trabajen aunque sea desde casa, y entiendan que no hay mal que cien años dure. Cuando menos lo esperemos la curva de contagios inicia el descenso, las vacunas siguen haciendo su trabajo y para la Semana Santa disfrutaremos de los pasos en la calle, los primeros baños en la playa y unas temperaturas que nos sacarán de los locales cerrados para aliviar presión sanitaria y depresiones invernales.

Vivan y cuídense.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios