Miraba embelesada aquel escaparate, adornado con bellos pétalos de rosa, derramados por una moqueta junto a una minúscula tartita roja con forma de corazón. Frunció sus labios carnosos, en cuyos bordes se adivinaba ya el paso del tiempo, y sonrió con un amago de tristeza que solo se adivinaba en sus oscuros ojos entornados. Era muy consciente de que había llegado el momento, hacía ya varios días que los anuncios, los escaparates y la publicidad llenaban la vida de la gente de bellas imágenes, de rojos corazones, hermosos ramos de rosas, y en definitiva de un ambiente claramente romántico. El AMOR, pensó para sus adentros, mientras apretaba el paso para llegar a su casa antes de que anocheciera. EL AMOR, que palabra más plena y a su vez más vacía cuando deja de ser una emoción para materializarse en bombones, tartas, perfumes o flores, y todo ello como consecuencia de esos inocentes cupidos que lanzando flechas a desprevenidos corazones, consiguen que los enamorados acudan a los comercios, deseosos de demostrar su amor a los destinatarios de un fervor casi religioso. Y...., pobre de quien no cumpla!. Ella siempre contempló este espectáculo con mirada escéptica, intuyendo un interés espurio detrás de tanto empalago. Que era el amor, sino compartir el sinuoso camino de la vida con un hombro sobre el que apoyarse, llorar, reír, y conseguir llegar a la meta juntos? Un escalofrío le recorrió la espalda hasta la nuca, poniéndole el vello de punta, tenía el corazón destemplado, era una sensación nueva, distinta, que iba más allá de lo meramente físico. Rio para sus adentros con una risa amarga y silenciosa, respiró profundamente y aceleró el paso. Que ideas más raras se le ocurrían: tener el corazón destemplado!, y se dijo: quizá no sea el corazón, sino el alma. Estaba llegando a su destino, lo notaba porque casi podía percibir el olor del hogar, ese acogedor rincón en el que se encontraba protegida. Entró en el portal y aunque era noche cerrada, percibía la claridad de la luna bañando con su luz todo cuanto la rodeaba. Antes de abrir la puerta de su casa, escuchó una canción infantil, mezclada con unas risas contagiosas, y una voz masculina la sacó de su ensimismamiento. Se le acercó por detrás, cogiéndola por la cintura, llevaba un vaso de vino espumoso entre sus manos, y acercándoselo a su boca, mientras le besaba el cuello, la condujo hasta el salón. En la mesa la esperaba como una promesa, una sopera humeante, una botella de vino, y un trozo de queso con mermelada de jengibre, su preferida. Las niñas ya estaban en la cama, y su amor, sin estar herido por el díscolo cupido la miraba embelesado. En ese momento mirando al fondo del océano de sus ojos, esos ojos que la enamoraron desde el primer día que lo vio, supo porque sentía el corazón destemplado cuando estaba lejos de ellos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios