Córdoba express

En una plaza vistosa damos cuenta de viandas exquisitas mientras los turistas disfrutan de su bocata

La luna se alza en lo alto de la carretera vacía de sol sin nubes y el calor está dormido aún en la noche, luego despertará y abrasará el aire llenando de sofocos el tiempo y las piedras. Pasamos Granada y paramos a desayunar en una venta que a lo lejos parece un castillo con torres y almenas y un ventero barrigón nos sirve las viandas cada una acompañada de su servil comentario y observación.

El espacio ha derrotado al tiempo y ya estamos en otro uni-verso más allá del mundo conocido, recorriendo carreteras seguras y el calor ya ha abierto sus fauces y devorado cada molécula de gas. A las once llega-mos a Córdoba y nos damos cuentas de que es una ciudad como todas, con habitantes, tiendas de frutas y cajeros automáticos. Medina Azahara es un reducto de ruinas de un esplendor figurado, cantado, versado en todas las cantigas de los siglos y sin que hayamos visto nada, creemos. Las sombras son el refugio del visitador y hundido entre los turistas de pantalón corto y camiseta barrigona asistimos a los párrafos de la guía que instruye a los que nunca van a comprar libros.

En una plaza vistosa damos cuenta de viandas exquisitas mientras los turistas más exiguos disfrutan de su bocata y refresco en un banco. Al día siguiente, en el desayuno, lo más destacable es el señor entrado en años que bien vestido con pantalón marrón claro, camisa blanca de lino de manga larga, gafas de color vistoso y pelo lacio y abundante, sa-borea su cigarro y su abc como un aristócrata conversando con el amigo de mundos estáticos y eternos, sabedor de que todo tiene un orden y un escena-rio y el suyo es mejor y más importante que el del resto del mundo. Como hormigas que salen de sus madrigueras, los turistas de todos los mundos posibles van saliendo en la tarde y van poblando los parques temáticos de la cultura en su refugio de selfies, fotografías y planos doblados en acordeón.

En su mundo de souvenir cae la tarde, llega la noche, vuelve otro día, reco-rren los zapatos las piedras calientes de la ciudad vacía del cenit del sol de agosto y son para ti los rincones cálidos sembrados de cantos rodados y adoquines. En las paredes lucen mosaicos de azulejos bíblicos y duelen los pies ardientes, donde nadie se atreve a salir para volver a batallar contra el sistema que se para en la fiesta vespertina y rota. El sol se ha quedado allí pero dará la vuelta al mundo y lo verás mañana, hoy, cada día.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios