Ayer, reluciente domingo, ungido como sí fuese uno de esos tres jueves preconciliares que relucían al año más que el sol - Jueves Santo, la Ascensión del Señor y el Corpus Christi-, se conmemoró la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la festividad litúrgica del Corpus, la fiesta del Misterio de la Fe y el Amor, que nos recuerda que todo en la vida tiene un sentido. Aunque este año estará siempre presente en nuestros sentires, el silencio en nuestras calles y plazas, haciéndose palpable la lucha eterna entre la materia y el espíritu, entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira, dos mundos bien diferentes, el mundo de la muerte y el mundo de la vida, el mundo del pan terreno y el mundo del pan del cielo.
El Corpus Christi, día de la verdadera y auténtica acción católica, del movimiento apostólico, de la comunión eclesial, entre el día del Amor Fraterno camino de la cruz en el Calvario y el día de la Caridad, el sentido social de la caridad evangélica, necesita en estos tiempos de relativismo moral y elevadas tribulaciones sociales. una reflexión sociológica y pedagógica para hacer ver a la humanidad, que este Dogma es necesario para la Justicia Social, para poder resolver la crisis aguda del mundo actual, especialmente en nuestra Patria, por ser la base de la generosidad frente a la mezquindad, de la comunión frente al egoísmo, del sacrificio por encima de la comodidad, y poder superar el falso humanismo altruista de los especuladoras normas políticas que nos separan de la caridad sobrenatural, del mismísimo Dios, para poder superar el desencanto que anida en nuestras almas.
El día del Corpus, sin haber podido escuchar los ecos del "Pange Lingua" y el "Cantemos al Amor de los Amores", tiene que servirnos para elevarnos al mundo, a nuestra España en lo humano, en lo social, en lo moral, la unión de las personas y Dios, la apoteosis de la caridad en un sentido más completo, para expresar lo que el pueblo católico asentado sobre la roca inconmovible de tradición Patrística, con voz firme y amorosa nos manda doblar la rodilla con unción para venerar la grandeza de la más aparente pequeñez y la aparente pequeñez de la mayor grandeza.
El dulce Prisionero del Sagrario: Jesús Eucaristía. Admiración desde el corazón, veneración de respeto, de humildad, actitud reverente de inquebrantable confianza ante la realidad transustancial del Señor de la Vida y la Esperanza en la Hostia bendita. Paz y Bien.
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