Mañana La semana pasada en este mismo espacio cometí dos errores que hoy quiero corregir por respeto a los lectores del Diario de Almería. El primero de ellos se refiere a la fecha de la segunda votación para la investidura del presidente de la Generalitat de Cataluña. Situé esa votación en el domingo de ramos, es decir, cuarenta y ocho horas después de iniciado el debate el viernes 26, cuando en realidad esa votación ha tenido ocasión el martes 30. Lamento el injustificable error, que sólo se explica por haber tirado de memoria, y no haber comprobado el reglamento y el funcionamiento del Parlament.

El segundo error es si cabe más importante pero más justificable. En el artículo de la semana pasada, titulado "Cataluña en el laberinto", predije que a la segunda votación iría la vencida, y que Peré Aragonés sería investido in extremis presidente de la Generalitat, con los votos de la ERC, Cup y Junts. Los amables lectores que leyeron aquella pieza habrán pensado, después de asistir a dos votaciones fallidas, que mi pronóstico fue fraude y que más vale que me dedique a otra cosa en lugar de intentar hacer análisis y predicciones políticas.

No intento en estas líneas justificar mi error de cálculo, que muchos dirán que era más que previsible, sino simplemente explicar porque me equivoqué a lo bestia. Sinceramente pensé que después de varios años de inestabilidad en el gobierno de la Generalitat. De una intervención por parte del Estado en aplicación del artículo 155 de la Constitución. De un presidente huido de la justicia y otro condenado. De un vicepresidente y varios consejeros cumpliendo condenada por sedición. De gobiernos que han estado a la gresca, ocupados en sus luchas internas, y en ver quien era más independentista o la decía más alta y más gorda. De un gobierno en funciones, con un presidente maniatado, como consecuencia de la incapacidad o, mejor dicho, de la falta de voluntad de elegir a un sustituto del inefable Torra.

Si, después de todo ello, y de una pandemia que se ha llevado miles de vidas por delante y dado al traste con la economía y el empleo, tuve la ingenuidad y algunos dirán la bisoñez, de pensar que no era necesario arrastrar dos meses más a Cataluña por el fango. Es evidente que me equivoqué, y que los antecedentes de los autores me debían haber llevado a la conclusión de que no piensan corregir sus errores.

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