Credo ut intelligam

sabemos los creyentes con certeza que el ejercicio de la fe y la razón nunca pueden discrepar entre sí

Resulta difícil y arriesgado para quien vive una época, la nuestra globalizada, la actual, señalar que es lo más característico o de revelar que en ella suceda, aquello que la Historia recogerá como tal en su día. Y quizás el efecto más inmediato, más visible, haya sido la transformación psicológica como una pérdida general de la noción de lo que nos es propio, de aquello que nos pertenece y a la vez nos cobija y nos alberga en el plano superior al de la vida individual; la pérdida igualmente del espíritu de defenderlo, y del sentido de conservación y lealtad que le son concomitantes.

Esta década que hemos comenzado está claro que será la Covid -19, la que ha marcado o puesto de relieve el declive del sentimiento nacional, que ha degenerado o no, en el olvido del antiguo arraigo patrio de los ciudadanos ante la nueva religión de la Humanidad, permitiendo ver hoy cómo ciertas figuras del magisterio seglar o religioso de nuestro ambiente atemperan rápidamente su opinión a las corrientes de la época, se apresuran a desentenderse de lo que afirmaron en un pasado reciente, haciendo negro, lo que ayer era blanco, y todo ello sin conciencia de deslealtad o de incoherencia.

En este ambiente actual internacional y desacralizado, cualquier forma de afirmación o de lealtad es automáticamente tachada con delicuescencia intelectual o emocional de inmovilista o aun de "farisaica", de "fascista"; siendo todo espíritu de resistencia, calificado de reaccionario, que es el título más descalificador del lenguaje contemporáneo político por lo que supone en él un empeño vano e iluso: el de oponerse a la corriente o el viento de la Historia. No tiene cabida desde el poder político la aceptación de la fe en el ejercicio de la razón - credo ut intellegam-, a pesar de que sabemos los creyentes con certeza que el ejercicio de la fe y la razón nunca pueden discrepar entre sí.

En fin, cualquiera que sea el destino que nos aguarde, las raíces "históricas y sagradas" del auténtico vivir humano, frente a las realizaciones fatuas y masificadoras de una razón desencarnada y de un falso humanismo abstracto, sin rasgos metafísicos, seguirá traicionando el verdadero destino del género humano, imponiéndonos desde insensatos ilógicos a insensatos logicistas las leyes, lo que dará lugar con mayor ahínco a quebrar el orden inmutable de causas y normas en el corazón y el alma de la persona, debiendo de escoger su destino en la soledad y en el desencanto.

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