Crematorio

Aún no había cambiado los dientes, que se quedaron empujando, pugnando por salir en una boca desdibujada por el hambreUno se sorprendía de lo fácil que era subir la escalera cuando la reali-dad era que la estaba bajando

Estás tendido sobre una sábana, sobre una lámina de metal, o sobre un már-mol. El destino que te persigue incesantemente siempre te alcanza. Cada cierto tiempo surge ese tipo fútil que se cree Napoleón porque se sienta en una montaña de dinero que igual que viene se le escapa de las manos y se le derrama en la cascada del fracaso. Ese tipo es necesario para que la sociedad avance, primero aprovechando sus réditos y luego condenándolo al ostra-cismo. Pero es él mismo el que se condena haciendo una cadena cada vez más pesada, cada vez que le pones un eslabón más, otro eslabón forjado con el pecado de la ira. Coincide con mi revisión de Crematorio de Rafael Chir-bes, la serie, y el libro. Ese tipo enternecedor cuya única ambición es po-seerlo todo y que los demás no posean nada. O que posean menos que él y siempre a su servidumbre. Una vez alguien cortado con ese patrón me dijo que no le gustaba la Navidad porque no soportaba eso de que todos fuesen felices. Es como si todos somos multimillonarios. Entonces ya no tiene gra-cia porque la atracción por el dinero estriba en que tener mucho te diferencia de los que tienen menos y el dinero vale más por eso. Si todos tenemos lo mismo el dinero no vale absolutamente nada y aunque no han caído en este principio lo tienen impreso en sus genes más profundos. Cada cierto tiempo surge un Bertomeu que sueña con poner en su órbita a todo el mundo en función satélite, te saluda con énfasis y campechanía pero sabes desde el primer día que todo es falso y que algún día te tirara a la basura como un kleenex usado. Y en el fondo queremos quererlo porque pensamos que ne-cesitamos su éxito. El resto del mundo que no participa de su éxito lo odia porque consigue lo que los otros no consiguen, no tienen esa cara de cemen-to (cemento, ladrillo es su argamasa) y tiñen de envidia su crítica feroz. Él hace lo que yo haría si pudiera y critico su forma de actuar que yo mismo voy a emplear pero yo soy honesto y él es deshonesto. Y cabalgando en el ladrillo buscan la trapisonda menudeando con lo que hay a mano, la preben-da, el cohecho, la coacción, el tráfico de influencias. Gesticulan con teatro su mundo interior de pequeñas fábulas mientras ruedan pendiente arriba hacia la cima de las cimas, la debacle, el desastre, el embrollo, los periódi-cos. Uno se sorprendía de lo fácil que era subir la escalera cuando la reali-dad era que la estaba bajando.

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