Cuarenta años

Dónde se estaba o qué se hacía la tarde del golpe de Estado de 1981, no es un ejercicio de memoria histórica

Las cantidades o los periodos de tiempo "redondos", como el de cuarenta años, ofrecen motivo, o excusa, para celebraciones conmemorativas. Así ocurrió el pasado martes, 23 de febrero, cuatro décadas después que el bigote de Tejero y su expresiva orden, pistola en mano, alteraran la estancia del Congreso de los Diputados, poco antes que una noche cerrada de invierno cubriera con un capote de miedo el desconcierto doméstico. Cuarenta fueron asimismo los años de paz que los valedores del franquismo atribuían a la ejecutoria del caudillo dictador, fallecido algunos años antes, en 1975. Abiertas fueron las puertas de una transición tan decisiva entonces como denostada hoy, cuando se goza de las libertades a que llevó. Recordar, quienes tengan edad para ello, dónde se estaba y qué se hacía aquella sorprendida tarde, es un claro ejercicio de memoria. Todavía más, una evidencia preclara para advertir la inoportunidad de apellidarla como histórica. Puesto que, quien recuerda, cuenta la historia -el momento, en este caso, o la larga noche de radio- cómo la vivió. Relato bastante distinto, por subjetivo y personal, al de lo que ocurrió con un fundamento o acercamiento histórico. Más allá de la recreación, también histórica, a que se prestan las conspiraciones y protocolos que hubieron de urdirse en los preparativos, los prolegómenos, el curso y el desenlace de un golpe de Estado.

A quienes no da la edad para el recuerdo, o todavía no cumplían años en 1981, la celebración de este cuarenta aniversario debe confundirles en alguna medida. Así suele ocurrir cuando las entendederas no se alumbran con el conocimiento ecuánime, sino con las interpretaciones de parte. La misma oportunidad de conmemorar este acontecimiento se ha puesto en cuestión, aunque resulta del todo inoportuno pensar que se da pábulo al golpismo cuando se pretende celebrar para qué ha dado de sí el tiempo que transcurre desde aquella tenebrosa tarde de febrero. Contabilidad en la que muchos asientos tienen que ver, precisamente, con los movimientos de la Cámara en que irrumpieron los golpistas. En ese ejercicio, por mejorable que siempre resulte, del parlamentarismo democrático bajo el amparo, y asimismo al cuidado, de los grandes preceptos constitucionales. De ahí que importe tanto preservar, y otorgar exquisito respeto, en fondo y forma, a los cometidos y la actividad que esa Cámara acoge. Sin que nunca deba torcerse el progreso con la involución.

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