Cultura del ombligo

No es otra que aquella que emana de oscuros actores sociales dirigidos a crear la sensación de ilustración

Es cierto que según la tradición que siempre se ha profesado en nuestra sociedad, se ha tendido en el ámbito cultural a crear espacios, grandes teatros y monumentales centro de artes, sin haber gestionado antes la apetencia y el afecto hacia la cultura en la población. La tendencia en los últimos años, a raíz de la crisis, ha sido que se moviese un relativo impulso íntimo a llenar ciertos lugares y ciertos puntos, bajo la sombra de la pérdida de poder adquisitivo.

Por una parte, una masa social que siempre asistía a eventos culturales y artísticos por una cuestión de principios, de formación y de educación en la gestión de su tiempo libre. Y por otro lado, un sector social que comenzaba a acudir a este tipo de eventos, de forma puntual y concreta, por la pérdida de poder económico y no poder asumir otro tipo de entretenimiento.

Sin duda alguna, una respuesta natural y coherente, dentro del crecimiento de una sociedad que, poco a poco, se va adecuando a los estándares europeos a todos los niveles. En el cultural, quizás, que es el caso que nos aborda hoy, un poco más lentos, torpes si cabe, pero con pie firme. Está claro que la única forma de suplir esta deficiencia estructural de la sociedad es adaptando las necesidades y las exigencias desde la formación académica, como parte de la educación de las futuras generaciones y hacerlo de una manera natural, acorde con los nuevos modelos de pedagogía y enseñanza.

Sin embargo, con lo que no contábamos era con la cultura del ombligo. Que no es otra que aquella que emana de oscuros actores sociales que van dirigidos a crear la sensación de ilustración y conocimiento, demostrando al ciudadano que la sociedad en la que él participa es un sistema que desarrolla actividades culturales y artísticas de cierto renombre nacional e internacional, pero que sin embargo no tiene una incidencia real. Este tipo de comportamientos mediáticos crean el efecto en la población que vive en una sociedad aperturista y culta. Cuando en realidad es todo lo contrario: una estructura social kafkiana, anquilosada, imberbe, intransigente e intolerante que se deleita en su propia complacencia. No sólo de pan vive el ser humano, sino también de los sueños. Por ello, hay que educar para que puedan hacerse realidad, pero desde la honestidad y la honradez, no desde la arrogancia y la ignorancia.

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