Cultura y tiempo

La cultura se ha convertido en una inversión de tiempo libre. Los hilos los manejan quienes cuentan con ese preciado bien

Siempre ha existido una leyenda negra, o varias, sobre la cultura y sus impedimentos. De forma tradicional se ha achacado a ciertas élites la regulación o gestión de la misma, en tanto y en cuanto esos círculos estaban vinculados con el poder o formaban parte del aparato político. Desde esa perspectiva existía una cultura popular y otra institucional a la que era difícil acceder y que estaba reservada para ciertos clanes. También estaba la leyenda de la alta y la baja cultura: la primera, concepto proveniente del mundo académico por filiación con el mundo clásico, hacía alusión a la notoriedad de una obra según su sofisticación y la valoración de ciertos críticos de reputación elitista. Por el contrario estaba la baja cultura, la conocida cultura de masas, menos sofisticada y popular. Y de la misma manera estaban los grupos culturales independientes que, por esencia, se distinguían de la cultura de masas, popular, y ambicionaban tejer su propio círculo de poder para actuar de la misma manera que los grupos institucionales, siendo la alternativa de estos. Lo que está claro es que el poder necesita posicionarse en asuntos culturales y los grupos también. Y la relación de ambos siempre se hila según el juego de intereses de ambas partes, que nunca es democrático. Incluso la vanguardia, amén de ser un efluvio fortuito, debe encontrar un camino para desarrollarse entre estas relaciones de poder. Por otro lado, y aunque todo esto sigue vigente, se ha dado una nueva correlación de dominio: entre la cultura y el tiempo libre. En este occidente alienado, gregario, donde no hay un individualismo sano, las relaciones de trabajo marcan la calidad de vida del individuo. En ese sentido el tiempo disponible se ha acortado. Por ende, el artista o el intelectual ya no solo debe competir contra estos grupos y el poder, ahora debe hacerlo contra las personas que tienen más tiempo libre. Además ya no existe una cultura rentista ni garantista. Por eso la cultura se ha convertido en una inversión del tiempo libre. Por si había pocos impedimentos ahora se forman elites temporales que por tener ese recurso cuentan con más posibilidades. Son el nuevo estrato de poder, la otra élite. Y como siempre todo redunda en la ausencia de democracia en la cultura, desprovista de una regulación legal más rentista donde se valore el mérito y la capacidad, los verdaderos valores.

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