Cumplir las promesas

Tanto se han torcido algunos principios que cumplirlos puede resultar no solo extraordinario sino conflictivo

Tanto se han torcido algunos principios que cumplirlos puede resultar no solo extraordinario sino conflictivo. El presidente norteamericano Donald Trump, en sus primeros días de mandato, parece decidido a cumplir, incluso con creces, las promesas hechas en la campaña electoral. Pero que así lo haga, como si se tuvieran por fanfarronerías o bravuconadas los anuncios, ha crispado sobremanera tanto a la sociedad norteamericana como a la opinión más o menos pública del concierto internacional. Por estos pagos nuestros, estamos más hechos a la pública proclama de que las promesas electorales se hacen para no cumplirlas, y acaso por eso descolocan todavía más las situaciones en que quien promete cumple. Cuestión distinta, pero para nada menor, resulta el contenido y el alcance de las propuestas y, sobre todo, el modo de llevarlas a cabo. De ahí que el furor ejecutivo de Trump venga a cuento de un comportamiento electoral, podría decirse sociológico, por el que no pocos votantes, atraídos por la radicalidad y las medidas maximalistas y expeditivas, conceden su confianza -si es que ésta puede expresarse con un voto de ocasión- sin hacer ascos a determinadas promesas porque presumen que el poder, de alcanzarse, atempera y otorga comedimiento.

De modo que cumplir las promesas, sin que pierdan nada de su naturaleza adelantada, no lleve a la frustración o al desengaño del incumplimiento sino al y ahora qué de hacer lo que se dijo. Recuérdese una máxima que advierte del cuidado que ha de ponerse en lo que se pide, porque justo eso mismo se puede recibir. Así, señalar los riesgos de las promesas que se cumplen no es sino un modo indirecto de presumir la normalidad de su incumplimiento.

Por otra parte, aunque tiene mucho que ver con lo anterior, las frenéticas y prepotentes disposiciones del nuevo mandatario norteamericano, con eco en el ancho mundo, pueden conducir a cambios relevantes en los comportamientos electorales antes apuntados. Es el caso de reparar más despacio en qué promesas son las que se secundan, sin la chispa de esa demagogia que tan fácil prende en la crispación y el desconcierto. Y también, sí, de que a los gobernantes elegidos les resulte bastante difícil, y tenga efectos, zafarse de las promesas. Con la paradoja de que sea factible un proceso de destitución ("impeachment") precisamente por cumplir las promesas que llevaron al gobierno.

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