Dalí, el franquista

Atracaba su yate enfrente de la cala del pintor y un emisario iba a Dalí que ya hoy no le iba a ser posible asistir al encuentro

Hace muchos años yo tenía mi oficina en un café al que nunca volví. En esta nueva normalidad me he preciado a volver, pero sólo a su terraza. Su terraza está orientada al oeste y a las nueve de la mañana de un sábado no necesita el toldo pero eso la hace más fresca. A las nueve de la mañana de un sábado casi todas las mesas están libres y ese rito, el de tomar café, todavía a esa hora se puede cumplir en paz y con periódico. Al poco tiempo aparecen los botarates que vienen de la obra a vociferar sus asuntos con tostadas, y la señora que viene con perro a contar su vida al lado tuyo. En menos de diez minutos la paz se convierte en clamor de comadres pero yo consigo quedarme absorto en mi lectura silenciosa. Me dice el periódico, en esa página sin interés para nadie, que un investigador ha profundizado en los encuentros que tuvo Dalí con el Generalísimo, que por cierto lo tuvo compuesto y sin novia en más de una ocasión y hasta el infeliz Dalí se vestía de almirante con uniforme blanco para recibirle, pero Franco no venía. Atracaba su infame yate enfrente de la cala del pintor y un emisario iba para decirle a Dalí que ya hoy no le iba a ser posible asistir al encuentro programado. Y al día siguiente tampoco. Y al otro también que no. Dalí ya no se levantaba, ni se afeitaba, ni se ponía el uniforme blanco de almirante y lo mandaba al cuerno y seguía con sus pinturas. En otra ocasión recalaba en Madrid y esperaba hasta que se hartaba y se iba a su Cadaqués, para que cuando llegara le dijeran que ya podía ir a Madrid a ver al Caudillo. Y lo vio. Y se entrevistó durante muchas ocasiones más. Le están bien empleado los plantones, debería haber renegado del hombrecillo y en vez de hacerse el republicano y exiliarse, quedarse en Cadaqués y hacerse el genio sordo y autista, dedicarse a pintar, y a pasar de franquismos y republicanismos, que no necesitaba más ideologías que la genialidad y el mundo ajeno al mundo, para que el mundo le devolviera el pasaporte de meapilas religioso devoto de Franco y él se revolviera en sus entrañas. Le está bien empleado por mezclarse con ideologistas de cualquier bando cuando nadie le pedía que se significase por nada. Mucho más alto que los pintores de brochazo gordo ideologista, él, que llegó a esas cumbres inalcanzables para los demás, su pincel fino no debía haber caído en la trampa del no-do. Y menos en la de la rojez conveniente.

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