Déjenme pensar

En esto de los respetos mutuos hay situaciones en las que el patinazo está garantizado

No pido más. Tampoco creo que sea pedir mucho. O tal vez sí lo sea, teniendo en cuenta el trance irracional en el que entra tanto aficionado a inundar las calles en pos de su imagen favorita. No soy la primera, ni la única, ni la última en preguntarse por la necesidad, e incluso el derecho, a paralizar todo el centro de una ciudad durante siete días seguidos. Porque más allá de repentinas urgencias que te insten a entrar o salir de casa, del garaje, de la tienda o del bar, también puede estar el gusto por moverse con soltura de una esquina a otra sin ser amonestado por lo que algunos entienden como falta de consideración. En esto de los respetos mutuos hay situaciones en las que el patinazo está garantizado. Sin entrar en la imposición de organizar agendas en función de eventos comunitarios, y una vez engullidos por el vórtice de devoción en el que se convierten los espacios públicos, da miedito intentar siquiera cruzar dos metros de calzada por más que el paso esté todavía a tres cuartos de hora de su llegada a ese punto concreto. Las calles huelen a incienso y azahar. El recogimiento de algunos momentos es conmovedor. La jarana posterior es bienvenida por las decenas de negocios hosteleros cuyas cajas echan humo sin parar en señal de agradecimiento al gentío. Sí. Se esté en acuerdo o en desacuerdo con el fondo religioso del fasto, hay belleza objetiva. Claro que también hay cera en el pavimento para facilitar el deslizamiento de vehículos a motor, o incluso de caminantes rasos, y hay empujones y apretujones sorpresivos, y hay, de aquí a lo que vengo, calles cortadas al tránsito que dan un nuevo sentido al concepto laberinto, porque mucho se tiene que despertar el ingenio para ir del punto A al punto B sin tener que darle la vuelta al globo terráqueo, aunque el punto A del B diste menos de cincuenta metros. ¡Y eso sólo andando!

La cuestión es que, nos guste o no, con o sin consentimiento explícito, queramos o no queramos es lo que hay y ya conocemos las reglas, por lo que nos vemos impelidos sin opción apelativa a calcular cuantas rutas alternativas seamos capaces de meditar en busca de nuestro destino evitando al mismo tiempo los regaños de la multitud. Pareciera fácil, pero no. Y entre tanto me vuelvo a preguntar si la tolerancia que pedimos para lo nuestro es la misma que estamos dispuestos a conceder a otros compartiendo las mismas reglas de convivencia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios