Demadre a la nijareña

A mediados del s. XVIII tuvo lugar en Níjar lo que pudo ser el primer macrobotellón de la historia

Según cuentan las crónicas aquello debió ser un auténtico desmadre. Uno de esos fiestones de los que a uno le hubiera gustado participar y que han pasado a la posteridad. Sucedió el 13 de septiembre de 1759 en la Villa de Níjar. Ese lugar tranquilo, donde uno pasea apaciblemente enamorándose de todas las piezas de artesanía que alcanza a ver, vivió lo que pudo ser el primer macrobotellón de la historia. Pongámonos en contexto. Recientemente había fallecido Fernando VI y aquel día se proclamó como sucesor a su hermano, Carlos III, Rey de Nápoles. Un número importante de los habitantes de la comarca eran miembros del ejército, destacados en la zona para combatir la piratería. La fama que precedía a Carlos III hacía suponer a los militares que les sería favorables a la hora de conceder más recursos y efectivos en su complicada tarea. Y no se equivocaban puesto que de que aquella época datan numerosas fortificaciones costeras que se construyeron destinadas a tal efecto. Así que, a la euforia nacional por la entronización del nuevo rey, se sumaba la ilusión local por ver reinar a un monarca sensible a sus dificultades. Estas circunstancias combinaron en un interesante cóctel. El pistoletazo de salida lo dio un bando municipal que permitió que, aquel día, pudiesen ingerir cuanto alcohol se desease. Cuentan que llegaron a consumirse "77 arrobas de vino y 4 pellejos de aguardiente". Así, cuando la intoxicación etílico borbónica, alcanzó el máximas nivel algún iluminado se llegó al pósito seguido de espíritus igual de caldeados. Entonces les dio a todos por vaciar todo el trigo que contenía y tirarlo por las calles. De allí se fueron al estanco, arrojando al suelo el dinero y tabaco que había en el mismo. Aquello debía ser divertido porque el desfase alcanzó a todas las tiendas de la villa que desparramaron cuantos comestibles y género tenían. Como colofón final los propios habitantes del pueblo se lanzaron a sus propios domicilios dispuestos a revolear sus bienes lanzándolos por la ventana. Suponemos que la fiestaca punk tuvo menos gracia al día siguiente, cuando se impusieran la resaca primero y la sobriedad después. Si ustedes tuvieran ganas de saber más del asunto deben dirigir sus ojos al trabajo del historiador Antonio Gil Albarracín. Pero entretanto ya saben que, si deciden "tirar la casa por la ventana", nuestros vecinos de Níjar supieron hacerlo mejor que nadie.

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