¡Demagogia, que bella eres!

La política consiste en administrar el presente para buscar un futuro mejor

Para el viejo Aristóteles, el Estado, la pólis, es la asociación del bienestar y la virtud que busca el bien de la ciudadanía y que ésta alcance una existencia completa. Hablaba de diferentes tipos de gobierno y llamó república (preciosa traducción que se le dio en latín) al de la mayoría en bien del interés general. A la degeneración de la república la llamó demagogia.

Si me lo permiten, les diré que conozco pocas expresiones más dañinas que esa de que una imagen vale por mil palabras. Daña, y daña mucho, que todo se reduzca a la apariencia y que algo se considere dependiendo de si es bonito o feo. Lo enseño en mis clases de Retórica: el discurso político busca que se tome una decisión hacia el futuro y se basa en si algo es útil o inútil, mientras que el discurso de lucimiento se basa en la belleza o fealdad de algo o de alguien. Les ahorro los tecnicismos porque con la idea nos basta: un discurso político basado en la belleza o la fealdad es, simplemente, una estafa que se le hace a la democracia porque la política consiste en administrar el presente para buscar un futuro mejor, no en escribir el pasado para no tener que pensar en el porvenir. Para los demagogos, la propuesta política se convierte en efusión de testosterona, en pase de modelos y en pose de estatua de bronce; en apretar con rabia los puños ("¡Bien, chaval, bien!"), en sustituir la esperanza por el miedo, la razón por el insulto y el respeto por el exabrupto; en acaudillar las mesnadas a lomos de un brioso corcel; en tener un enemigo para no ofrecer un proyecto; en hacernos creer que la sociedad necesita cirujanos de hierro en vez de gobernantes que antepongan el bien de todos al de las élites.

Cuando veo en la televisión los presuntos debates políticos, cuando observo esas peleas de gallos que se pavonean con sus perifollos antes de clavarse los espolones, cuando oigo a esos sesudos mercenarios desgañitarse para demostrar que su candidato ha sido el mejor en vez de valorar las propuestas que ha hecho, cuando comparto un café en el que se habla del corte que uno le pegó a otro en vez de cuál parece más preparado para gobernar en beneficio de todos, vuelvo la vista al viejo Aristóteles y veo que nuestra república, convertida en desfile de alharaca, perifollo y oropel, está cada vez más cerca de la demagogia. Qué le vamos a hacer: estas cosas ocurren cuando la educación se vuelve capacitación.

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