De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

La Democracia no puede ser débil

Hay coincidencia en que la irrupción del Sars-Cov II ha supuesto una convulsión en la conciencia colectiva

Hay coincidencia en que la irrupción del Sars-Cov II ha supuesto una convulsión en la conciencia colectiva, pero nadie sabe aún en qué nos vamos a convertir. La Covid-19, como antes la gripe, la peste o el hambre, es un agente de desestabilización histórico que alterará los fundamentos de nuestro modo de vida. El mundo democrático vivía ya une época de desorientación política y desapego popular hacia las élites; y sería ingenuo pensar que una epidemia semejante no ahondará en ese desequilibrio. La pregunta es cómo ha de ocurrir y qué hay que hacer para afrontarlo.

Sea la constatación de la verdad o efecto de la propaganda, da la impresión de que los países que peor han respondido hasta ahora a esta calamidad son las democracias occidentales. Europa y Estados Unidos viven momentos de perplejidad política al tiempo en que la enfermedad horada su fortaleza moral y su impulso económico. China, en cambio, alardea del éxito de su estrategia y consolida la nueva visión de un país avanzado y dinámico sin nada que temer a la evaluación moral de occidente. En un contexto así, cuando es difícil una profundización mayor, no es extraño que prevalezca la idea de que la democracia es un sistema débil, incapaz de afrontar una lucha a vida o muerte. Esto ya ha pasado otras veces en la historia.

No parece haber duda de que la insufrible agravación de la crisis por Covid-19 exige la adopción de medidas muy radicales, que podrían condenar a muchas personas a la catástrofe (personas a las que la democracia debe rescatar). Si no se confina a la población, nunca se alcanzará un nivel de relajación sanitaria suficiente como para asegurar una vacunación eficaz y rápida; y eso costará muchas vidas. Si no se persigue con dureza a los infractores, cundirá el mal ejemplo, en detrimento del estímulo para que el combate contra el virus sea una empresa verdaderamente solidaria. El error está en creer que la democracia, con sus garantías, carece de medios para responder con firmeza y severidad a estas exigencias; una idea tan nefasta se asienta en las conciencias populares cuando el Estado se arredra y sus conductores se encierran en cálculos. Se necesita mucho arrojo para arriesgar el puesto adoptando medidas tan duras, sin olvidar la exigencia de proteger a los más débiles en medio del desastre. El bacilo de la tiranía espera impaciente a que nos equivoquemos hoy en esto; emboscado, amenazante, dispuesto. Estén atentos.

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