Derecho a la buena muerte

Estaba convencida de que la vida era así, en círculos, mi abuela tan pequeña e inocente como yo"Aceptemos que nadie es quien para negarle a otro la opción de dejar de padecer

Hay cuestiones tan antiguas como la filosofía y esta es una de ellas. Así, por ejemplo, ya Séneca, en sus cartas a Lucilio, trató el tema del derecho a la buena muerte y lo hizo con argumentos tan intemporales que, perfectamente, podrían haber sido escuchados en nuestro Congreso el día de la votación para la admisión a trámite de la propuesta de ley que legalizaría la eutanasia en este país: "No puede perderse mucha agua de la que se recibe a gotas. No importa morir más tarde o mas temprano, pero importa morir bien o mal; y morir bien es evitar el peligro de vivir mal", se lee en su carta LXX, y "como una representación teatral, así la vida no importa cuanto dura sino cuán bien ha sido representada. No viene al caso en qué lugar acabas, déjala en el lugar cualquiera que quieras; dale tan sólo un buen final", decía en su carta LXXVII. Pero pocas las hay tan necesitadas de argumentos de altura llenos de respeto y humanidad como las que guardan relación con la esfera íntima de las personas porque, como ocurre, por ejemplo, con la identidad de género o los sentimientos, la respuesta de una persona ante un hecho invalidante para vivir su vida dentro de los parámetros que ella considere mínimos no debe encontrar mas condicionantes que los de sus deseos, fuerzas, sentimientos y pensamientos pues, cualquier otra cosa, cualquier injerencia, debilita los cimientos de lo que nos lleva a ser como somos, de lo que nos hace diferentes y a la vez iguales, de lo que nos permite buscar la vida que deseamos y la muerte que decidamos; nuestra libertad. Y ahora, tras oir a María Luisa Carcedo, médico, diputada del PSOE y exministra de Sanidad, con un gran discurso que nos puso, nuevamente, ante la historia de Fernando Cuesta, quien, para poder dejar de sufrir, tuvo que morir lejos de su hogar, de su gente; las palabras de Maribel Tellaetxe, quien a pesar de pedir, durante su lucidez, poder irse antes de que su enfermedad llenara sus recuerdos de olvido, tuvo que vivir sus últimos años como pidió no hacerlo; y el testimonio de Ángel Hernández tras ayudar a morir a su mujer enferma de ELA, España ha iniciado, a pesar de los votos en contra de PP, VOX, Foro Asturias y UPN, el honroso camino que le llevaría a convertirse en el sexto país del mundo, y el cuarto de Europa, en trasladar al mundo jurídico lo que nos acompaña desde que nacemos: el derecho a protegernos de un final de lleno de tormentos. Aceptemos que nadie es quien para negarle a otro la opción de dejar de padecer, cuando lo estime oportuno, un sufrimiento constante e insoportable, de morir dignamente entre los suyos y de abandonar este mundo sin causarle un perjuicio a quien le ayude a hacerlo porque él solo no puede; reconozcamos que legalizar la eutanasia no es convertirla en una obligación y, por supuesto, debatamos sobre este derecho pero hagamóslo para darle la regulación más garante.

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