Será deformación profesional, aclimatado como anda uno a tratar con empresarios y autónomos, profesionales liberales y demás buscavidas que ganamos el pan entre la cosecha de cada día, porque carecemos de ingresos que no provengan del afán y rendimiento personal. Y lo digo porque entre los desvaríos observados durante el verano, ninguno me resultó tan imprudente, como ver a la gran mayoría de gobernantes, desaparecidos, vagabundeando de vacaciones mientras millones de ciudadanos nos desvelábamos viendo llegar, sin resolver y en plena ebullición, formidables desafíos colectivos como la reapertura de los centros de enseñanzas en septiembre, la gestión sanitaria descontrolada y la migratoria desbordada, entre una hecatombe turística y económica que amenaza con generar una quiebra social histórica. Con los populismos al acecho y babeando.

Vacacionar deriva del verbo latino vacare, que alude, entre otras acepciones a estar libre y dispensado de trabajar, o desocupado por falta de tajo. También de esa misma raíz, provienen hacer el vago o, sobre todo, estar vacío, que fue, justamente, la principal impresión que me sugirió verlos, a unos y otros, huidos a sus retiros ociosos, tumbados en sus arenas de playas doradas o refrescantes sombras serranas, indolentes todos a los nubarrones que angustian a millones de estudiantes, maestros, familias o subvencionados ocasionales, que al cabo es como decir, al conjunto de la sociedad. Una relajación que a ningún intelectual maduro reportaría sosiego, porque, como bien decía Ortega no se es intelectual para los demás, sino para sí mismo, a pesar de sí mismo y aun contra sí mismo, irremediablemente, con una tozudez vivencial que, al intelectual responsable, le impide desvincularse del problema, y descansar, mientras no desentrañe cómo solucionar el mismo. Un rasgo de madurez que, a estos políticos hueros, les trae al pairo, quizá porque saben que nada pueden aportar. Y solo les preocupa vender imagen y dar el pego mediático que les permita mantenerse en las poltronas. Unos irresponsables, ya digo. Aunque la cuota de culpa más significativa acaso no sea de ellos, que al cabo no son sino jóvenes inmaduros medrando al son de sus pulsiones primarias de narcisismo y poder, sino del vigente sistema de unos Partidos Políticos, insolventes y secuestrados por unas burocracias internas endogámicas y vulgarizadas, que los postularon para el cargo.

 

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