Derechos sin deberes

Los ponentes jacobinos de 1789 recopilaron derechos y relegaron los deberes en los recintos religiosos

Me atrapa el calendario este domingo, entre aniversarios tan insignes como son el 40º de la Constitución Española, aprobada el 6 de diciembre de 1978, y el 70º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, que lo fue el 10 de diciembre de 1948, en París. Una Declaración, la de 1948, y como tal una mera exposición de principios, que a punto estuvo de ser una Convención, o sea un instrumento legal que obliga a su cumplimiento, propuesta que al final no cuajó por la reserva de los países firmante a contraer deberes. Algo similar ocurrió al redactarse la Declaración de los Derechos del Hombre, en 1789, cuando los revolucionarios franceses quisieron desmarcarse, acaso en una típica reacción pendular, de tantos deberes como habían impuesto históricamente unas religiones monoteístas que no es que tuvieran fobia a los derechos, que la tenían, sino que, además, priorizaban los deberes divinos sobre todas las cosas mundanas, a cambio de no reconocer más derecho individual que ese aleatorio futurible de una vida eterna, por llegar. Así que los ponentes jacobinos de 1789 se inclinaron por recopilar derechos y dejar relegados los deberes entre los recintos religiosos. Discutible, si quieren, pero muy humano. Y la Declaración de Derechos de 1948 siguió la misma estrategia, dada la ingente mezcolanza de países que concurrieron en su génesis, y solo se codificó el deber de fraternidad (art. 1º) y el genérico ante la comunidad (art. 29º). La Carta Magna española, sin embargo, con más apremios operativos, sí incluyó la primacía de lo social (art 1º) y dispuso, junto a los derechos y garantías básicas de la persona, al menos, un escueto mosaico de deberes ciudadanos, con el pago de impuestos, eso sí, en cabeza. Bien está. Pero el resultado final de tanta mesura, tanta priorización ostentosa de derechos y tanto tapujo sobre los deberes, es que se ha vulgarizado una cultura de derechos sin deberes correlativos, en la que cualquier reivindicación insolidaria tiene una prestancia y comprensión social pasmosa. Reparen en los antojos de los nacionalistas, barras bravas, los CDR y demás ralea vocinglera en boga y advertirán entre sus vindicaciones todo tipo de exigencias, aunque nadie les escuchará alusión alguna a lo que cada ciudadano debe soportar para lograr una convivencia solidaria y en paz. Y es que, claro, si vale reclamar solo derechos, ¿por qué no vamos a exigirlos todos?

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