Me soplan al oído que hay dos parlamentarios andaluces del PP que tontean en secreto con los naranjas de Juan Marín y, aunque Ciudadanos busca nombres con arrastre para sus listas a las autonómicas, los dudosos no serán fichados porque nada solucionarían en sus respectivas provincias. De acuerdo, ha sido sólo una charla de café, puede ser. O no que matizaría Rajoy, pero lo cierto es que las gaviotas vuelan en desbandada. Cuando algunos apostamos a que Cifuentes no vendría a la convención nacional de Sevilla es que, simplemente, pensábamos que el PP, como institución humana, tenía instinto de supervivencia, pero no: allí estaba meneando su rubia coleta, obligando a la gente a aplaudirle en un harakiri colectivo, mientras los ministros del Gobierno vagaban como tristes deudos por los pasillos. Un tribunal alemán ha tumbado la entrega de Puigdemont por rebelión, Montoro se ha convertido en su mejor defensor para que tampoco lo repatríen por malversación de fondos, Cifuentes lo ha dejado todo pringado, la credibilidad de regeneración está por los suelos y nuestro Juan Ignacio Zoido no da una, pero se ha incautado de 190 bufandas amarillas. Sí, ciertamente es para llorar. Al agua de Génova le están echando algo malo, LSD o burundanga, pero Mariano Rajoy acaba de firmar por dos años más con el PNV. La última oportunidad.

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