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Imagen. / Juan Antonio Muñoz Muñoz

Aunque esta calle lleve a una iglesia, la fe no solo corresponde a las creencias de una religión, sino a la propias de cada persona o de un grupo pequeño o grande de ellas. Se trata asimismo de la confianza; del crédito y la conformidad que se otorgan a algo por la autoridad o el prestigio público de quien lo afirma; de la palaba que se da o de la promesa que se hace; de la seguridad o afirmación de lo que es cierto —de ahí fehaciente—; de los documentos que certifican la verdad de distintas circunstancias; de la fidelidad o la lealtad. Si además de fe, se dice buena fe, concurren la rectitud, la honradez, la integridad, la honestidad y la probidad, que no es poco. Su contraria, la mala fe, es prima hermana de la doblez, de la alevosía, de la malicia o de la temeridad. Por eso, aunque se equivoque o produzca algún daño, quien actúa de buena fe no pretende hacer ningún mal. Especialmente considerada es también la buena fe en el ámbito del derecho, sobre todo cuando se trata de relaciones entre partes, como los contratos, y, en general, como criterio de conducta propio del comportamiento honesto. La hipocresía, por esto mismo, daña, y no poco, a la buena fe, resta crédito a los mentirosos y falsos, y lleva a la amargura del descreimiento.

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