Si hay una serie cercana es Aquí no hay quien viva, y sus secuelas. No se puede tomar más a chacota una cosa importante como la convivencia en condominios. El humor nos redime de las penosidades del vivir: las pequeñas y las grandes, y hasta las fatales. Reírse -empezando por hacerlo de uno mismo- es un mecanismo de defensa como un castillo... o como un bloque de pisos o una urbanización en las afueras. En esos pequeños cosmos habitacionales se reproducen a escala las controversias macro; los tiras y afloja entre los de Villarriba y Villabajo, valgan estos dos pueblos del anuncio de Fairy como símil en este país enturbiado por las cosas del terruño y la identidad, que se mueven por asuntos económicos, pero en no poca medida por los complejos de superioridad, o sea, por una necedad que no llega ni a soberbia.

Un vecino impresentable es un grano en salva sea la parte, y sus maldades bien pueden originarse por la insatisfacción crónica, el egoísmo mangón, la envidia o el mero aburrimiento. "¡Es la educación, estúpidos!". Sí, pero el civismo no se improvisa: lástima. De la otra parte, no conviene olvidar que a nadie le huelen sus ventosidades, y que ponerse en el pellejo del vecino -en su caso, el contrario- es una virtud pariente de la bonhomía (ser buena persona, vaya): tantas veces, vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio.

Una alimaña no tiene rival en los pajarillos. Por eso mismo, las normas vecinales deben ser las mínimas, pero implacables, o al menos reconocidas recíprocamente: en los países desarrollados de verdad, las leyes no proliferan. En la Piel de Toro -con permiso de Portugal- hay gobernantes que se pasan por el forro de los cátodos la mismísima ley superior, la Constitución, si eso les conviene para sus estrategias y tácticas localistas. Ejemplos los hay a manojos en este país que se flagela y arrea estacazos sin recato. Qué esperar de esa metáfora cachonda de la gestión de la cosa común que es C/Desengaño 21, el edificio donde se desarrolla la citada serie española.

Hace unos días, unos chavales "de buena familia" y con mejor chalet a pie de playa, montaron un pifostio descomunal hasta las 6 de la mañana, según he sabido por las orejas y el insomnio de gente cercana, niños y mayores impedidos incluidos. Ya se sabe; el alcohol, el derecho inalienable a divertirse como sea, y la habitual pasividad de las policías municipales. Que esta es otra, la de las normas ignoradas por la propia autoridad: "Tomamos nota, damos parte"... y allá se las apañe usted, ciudadano.

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