Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Abogada

Desfile otoñal

Oobserva maravillada las imágenes que tiene ante sus ojos, como un desfile de otoño-invierno. Un manto de tonos ocres, amarillos y marrones conforman una hermosa alfombra, pisada una y otra vez por los espectadores, asombrados ante tanta belleza. El fondo, que va del verde desvaído, al rojo desgastado, pasando por un burdeos tamizado, da un toque elegante a las imágenes que se agolpan ante ellos. Un susurro, casi inaudible. Un aire, fresco y húmedo, predice el frío invierno que se avecina, y mece las hojas, que se resisten a abandonar las ramas, que van desnudando cohibida y coquetamente. Escucha el agua, bajando lenta y mohína, por un cauce deshabitado, cubierto de hojas muertas, de múltiples tonalidades, que flotan en su superficie, formando un bello cuadro otoña. Lejos quedan los largos días, en los que se escuchaban los gritos divertidos de los jóvenes, tirándose desde las rocas, entre las aguas revoltosas y transparentes, en las que se sumergían alegres. El verde brillante y translucido de las hojas, traspasadas por un sol inmisericorde, ha declinado ante la fuerza de la naturaleza. Ningún ropaje que la envuelva, permanecerá en el tiempo. Permanentemente muta, se transforma, hipnotiza, y enamora. Es como un modelo voluble y voluptuoso, que se sabe tan admirado como inalcanzable para aquellos que lo observan. Pronto se desnudarán los árboles. Sus ramas deshojadas, como dedos sarmentosos, apuntarán al cielo, como si entonaran una oración por sus almas, o clamaran por una justicia infinita, que les permita volver a vestirse una vez más en floreada vestimenta, cuando los fríos vientos helados desaparezcan. Hoy, como todos los años, la falda de la montaña presenta su imagen más bella. Una ardilla aparece rauda, como una exhalación, en busca de bellotas y castañas, con las que saciar su hambre de glotona empedernida. De repente un grito infantil rompe la idílica estampa, que contemplaba extasiada. Un niño, con unas katiuscas hasta las rodillas, metidas en un charco, junto al arroyo, mira al suelo sollozando. Unos padres alarmados, han acudido con la rapidez de un rayo, sus caras preocupadas denotan ansiedad. El niño señala algo, apenas perciben que es. Una hormiga! Una hormiga, que por huir de sus pies chapoteando, ha caído al agua. Sus botas sobre las hojas muertas están inmóviles, no la puede atrapar, se ahoga. Su madre mete la mano abierta en el agua, el insecto se acerca a ella y salen los dos, ante la sonrisa del niño, que la señala embelesado. El mundo para él, se reduce a esa imagen: un manto de bellas hojas muertas, una mano húmeda y acariciadora, una hormiga secándose al sol, antes de desaparecer para siempre, y la promesa, o más bien el deseo vehemente, de volver una y otra vez al mismo rio, aunque siempre será otro.

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