La tapia con sifón

Después del puente

Otra queja hostelera habitual desde hace algún tiempo es la escasez de camareros

Dice el refrán, más o menos, que después de un atracón viene la calma. El puente de Día del Trabajo, de la Madre y de las cruces, ha sido un atracón de trabajo para los hosteleros. El martes por la mañana, dos de ellos estaban recogiendo sus respectivas terrazas, ubicadas en una calle saturada de bares. Comentaban cómo les había ido y decían que no habían parado un momento. Igual que tú, ya sabes, a tope, la gente venga a pedir mesa y tenía que decirles una y otra vez que no teníamos hueco. No reproduzco la conversación literal porque me la ha relatado un amigo que vive en la calle en cuestión. Y no pudo por menos que exclamar en voz alta, para que lo oyeran: ¡Y luego os quejaréis!

Porque quejarse, se quejan, y así han conseguido ampliar los espacios ocupados por sus terrazas y alargar las horas de cierre. Otra queja hostelera habitual desde hace algún tiempo es la escasez de camareros, que en fechas como el pasado puente se agudiza. Se ha notado mucho en el servicio. Como ejemplo cuento un sucedido -sólo uno para no aburrir- que me ha contado otro amigo, que fue con su familia a comer a un restaurante al que va con cierta frecuencia porque le gusta la comida y el servicio. Reservó, llegó a la hora acordada y le sirvieron la ración -carne fría y quemada- una hora y diez minutos después. Se fueron, casi sin comer, a las cinco de la tarde. Había un solo camarero (inexperto según mi amigo) para una docena larga de mesas llenas de clientes.

Los trabajadores, los sindicatos y algunas voces más, suelen responder a esa queja que los sueldos son muy bajos, los horarios eternos y, por supuesto, no se pagan las muchas horas extra. Tengo otra conversación para ilustrar esta situación: en uno de los varios bares de copas que se han abierto últimamente por el centro, me encontré un auténtico barman de los que saben hacer cócteles, y no hablo de juntar jarabes y esencias químicas. El domingo fui a tomar un bloody mary y me dijo que era el último que me servía porque se iba a Irlanda, donde le pagan casi el triple que aquí. Cuando se lo comunicó al jefe y le dijo que con su sueldo no llegaba a fin de mes, le contestó que no podía pagarle más. "Eso sí -concluyó mi barman- a su hijo le acaba de regalar una moto de veinte mil euros y él lleva un coche de sesenta mil". Me he vuelto a quedar sin nadie que me haga un manhattan, o al menos sepa qué es.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios