Después de la vacuna

La vacuna frente al virus será un hito decisivo, con su trágico y conocido antes y su anhelado e incierto después

No es cuestión de esa euforia que se apodera del ánimo cuando en el túnel aparece alguna luz. Pero llegará el momento de la vacuna que aminore el tan funesto como universal brío del COVID. Aunque antes haya que pasar por más de una controversia sobre su distribución y administración, hasta que se cuente con dosis suficientes y entonces la pandemia acabe rendida si no se endemonia antes. Por eso habrá un después de la vacuna y aquí sí que procede señalar la relevancia de los hitos y de las situaciones que anteceden y suceden a tan decisivos acontecimientos. Así, por más que puedan torcerse los plazos, demorarse las expectativas o alcanzarlas de no muy buen modo, será cuestión de tiempo llegar a después de la vacuna aunque se cuenten por miles, por muchos miles -modos y maneras de contar aparte-, quienes ya no viven para contarlo. Sobre cómo son las cosas antes de la vacuna es posible tener un conocimiento más o menos cabal porque la vida cotidiana abandonó hace meses la normalidad, sin que la proclamada ficción de la nueva normalidad no haya sido otra cosa que la vuelta al estado de alarma que quiso dejarse atrás. Los perniciosos efectos de la calamidad pandémica alcanzan directa o indirectamente a buena parte de los mortales -esta condición, tan obvia como apartada, se ha hecho de sobra presente con la trágica mortandad de la leva del virus-. Idos los muertos por el descalabro de la salud, son legión las bajas por el derrumbe de la economía y el estrecho aprieto de no poder salir adelante. Porque la crisis económica se dibujaba con la "V", confiando en una pronta recuperación, después con la "U", ya que se advertía la demora, y hasta con el trazo de la "L", que no levanta la caída. En esta alfabética simbología de lo "macro" -con sustantivación no poco cursi- que desdibuja tantos infortunios -uno y otro y otro- en lo "micro". Después de la vacuna puede pensarse, sin hipótesis arriesgadas, que cabrán reacciones desmesuradas de celebración, hasta de recuperación atragantada de lo perdido o de lo postergado. Pero determinados efectos de la pandemia permanecerán. Baste pensar en los niños nacidos poco antes o durante su curso, sin el natural efecto de la cercanía, el bálsamo de los abrazos o la bendición de los besos. O en el nublado entendimiento de los mayores confinados en soledad. Que no tarde la vacuna, sin embargo, y podamos así vérnoslas con el después.

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