Desayuno con diamantes

José Fernando Pérez

Destino final

De alguna forma había que finalizar y qué mejor forma que en estos días de vinos y rosas que nos han acompañado. Hemos sabido recoger lo que ha brotado de tantos y tantos derramamientos de lágrimas, sangre y esfuerzos, dándole forma final a unos resultados que nos han de enorgullecer o que al menos deberían hacerlo. Mejorar. Cuando se aplican los valores, los resultados han de salir de alguna forma, incluso cuando los mismos hayan tomado formas singulares, en forma de mociones contenidas, de transmitir las mismas. Homenajes y regalos que se ofrece con las manos abiertas. De eso se trataba, ser generoso hasta el extremo de ser lapidado en cualquier esquina, despacho o rincón. Mantener la convicción y una sola posibilidad de salir adelante: seguir ese camino, no parar, porque en el momento de la detención, el fracaso era lo que se esperaba. Luchar contra orcos seguro que hubiera sido menos espectacular que lo que todos hemos realizado. Seguro que más provechoso, pues al menos sabríamos donde clavar lanza y puñal. Actos de reconocimiento, felicitaciones, presentaciones, charlas, llamadas, certificaciones, y quizá lo mejor de todo, dar todo por finiquitado porque la labor había sido superada. Hemos atravesado miles de ciénagas putrefactas y manchadas por la envidia, la apatía y el desorden y hemos chapoteado en ellas, manchándonos las manos, y bañando las heridas en ellas.

Que las costuras se han visto tensadas hasta la manera que todos sabemos, eso es de sobra conocido. Hemos aprendido a convivir de nuevo con una realidad que se nos ha retorcido e impuesto a mazazos y que nos despertaba cada mañana con un puñetazo en el cerebro. Ahora colean los finales de una época.

Tienen lugar fenómenos estrombolianos, esturreo de piroclastos y coladas de lava por doquier. Mientras asombrados, degustamos el berberecho, la quisquilla o las aceitunas acompañadas de una verde compañía. Lo hacemos repartidos por todos los adoquines visibles de la acera y acariciamos levemente el desatino mientras contemplamos las mismas "fechorías" reunidas en torno a botellódromos donde se incluyen cargas policiales para alejar a la concurrencia a una distancia de "seguridad" que no tiene lugar en las transitadas calles céntricas. Aplausos de color cetrino por las cenizas derramadas siguiendo la estela del viento y para colmo, Whatsapp se cae, y con ello se vuelve a la ansiada normalidad torciendo el pescuezo hacia la competencia telegrámica. Vuelve el paso de las Termópilas a la altura del túnel Aguadulce y las promesas de un AVE que no llega. Vuelta a la normalidad, que el "anillo único" ya es pasto del magma de Orodruin, sito en la Montaña del Destino. O eso parece.

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