Destripando lo público

Nos hemos acostumbrado a hablar de utilidad pública o bien común, entelequias indeterminadas y manoseadas

Nos hemos acostumbrado a escuchar conceptos tales como utilidad pública, interés general o bien común, entelequias indeterminadas y bien manoseadas. Quedan bonitos, casi en cualquier momento y contexto, pero, como se diría, poca hambre quitan, pues suelen emplearse con fines puramente estéticos, vaciándolos de contenido e inflándolos de superficialidad. Meras florituras lingüísticas y escupitajos ornamentales para salir del paso.

En el fondo de esta sociedad, y puede que no tan en el fondo, en el intelecto colectivo, permanece anclado aún una concepción de lo público como algo muy nuestro, eso sí, cuando podemos aprovecharnos del mismo y sacarle tajada, cuando se trata de exprimir derechos y extraerle beneficios. Pero, en cambio, parece que nos es algo absolutamente ajeno y repudiado cuando exige un sacrificio, aunque sea lo más mínimo, o supone trabajar y respetar algo que es de la ciudadanía en general, propietarios al final de una pequeña porción. Podríamos hablar de un parque, una papelera, una carretera, o unas dependencias administrativas. Elementos éstos que no pertenecen privadamente a nadie, pero que es patrimonio de todos. Y cuando no se comprende, acepta ni respeta esta última realidad, ese deber ser del bien común, es cuando se dan situaciones que resultan inimaginables en otras colectividades o culturas con las que gusta compararse. Seguro que no concebimos que en un ayuntamiento alemán, sueco, norteamericano o canadiense, a alguien se le pasase por la cabeza celebrar una fiesta de despedida a un funcionario en unas estancias municipales, y mucho menos que se haga a lo grande, cual orgia universitaria o prenupcial, con alcohol y stripper femenina incluida, en todo su esplendor y posturitas, en horario de trabajo, encontrando como respuesta gráfica al hecho las sonrisas jocosas y complacencia de los presentes. En España sí. Concretamente en Alcalá de Henares. Aunque no estigmaticemos a los alcalaínos, porque, con absoluta certeza, asumimos que podría haber ocurrido en cualquier otro rincón del país. Si el funcionario agasajado salió contento del festejo popular, me alegro por él. Pero si queremos considerarnos algún día mínimamente serios y responsables, mejores, y que lo hagan también los demás, no deberíamos estar hablando de sucesos como el mencionado. Dice mucho de lo que somos y el camino que nos queda aún por recorrer.

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