República de las Letras

Día de los difuntos

Al muerto, ni se le lloraba ni se le añoraba; se le recordaba en un unamuniano sentido trágico de la vida

Ayer fue el Día de los Santos y hoy el de los Fieles Difuntos, se decía antes, y así consta aún en los calendarios. Curiosa distinción la que hacía la Iglesia entre ellos. Eran otros tiempos. En los cincuenta y sesenta la gente iba al cementerio a poner flores el mismo día 1 de noviembre, no antes como se hace ahora. Tampoco los ramos que se compraban en la puerta del cementerio eran tan vistosos y caros como los que se ofrecen hoy. Unos claveles, como mucho unas rosas, acompañados quizá de un manojito de pillanovios y poco más. Quienes tenían varios muertos que atender gastaban más. Lo más curioso era que ese día en el cementerio la mayor parte de la gente que se veía era pobre, gente de barrio, con las costumbres mucho más acendradas que la fe promulgada, decretada durante el franquismo, en un hipotético más allá. Los ricos no iban al cementerio. Se escenificaba así la más importante de las funciones que en aquellos tiempos tenía la religión: contribuir al dominio de las clases económicamente poderosas sobre las bajas a través del rito y de la superstición.

Pero tradición sobre fe era lo natural, como hoy. El Día de los Santos se dedicaba a visitar a los difuntos familiares y a asear los nichos. Era una continuación de los cultos precristianos a los llamados dioses lares, los antepasados. Y a mí, de niño, siempre me llamaba la atención la forma en que se llevaba a cabo el ritual. O, más que la forma, la actitud. Porque se hacía, no entre llantos y nostalgias del difunto cuando estuvo vivo, sino con conformidad con el destino, con una suerte de fatal resignación ante la inexorable adversidad que el paso del tiempo acarreaba. Al muerto, ni se le lloraba ni se le añoraba; se le recordaba. Era un unamuniano sentido trágico de la vida lo que llevaba a las mujeres, porque generalmente eran mujeres, a colocar flores en las tumbas y nichos de los antepasados.

Sin embargo, aprovechando el buen tiempo tradicional del Día de los Santos en Almería, pues no era raro subir al cementerio -andando- en manga corta todavía, al bajar se aprovechaba el resto de la mañana para tomar en familia unas cervezas y unas tapas en el bar La Gloria, en el bar Texas o en la Bodeguilla San José. Porque ya sabíamos que el muerto al hoyo… Vívido retrato de nuestra idiosincrasia y, sobre todo, de nuestra fe en el más allá… y el más acá. Hoy, en fin, es Día de los Difuntos. Que lo disfruten.

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