Días del futuro pasado

Mi abrigo debe estar aún en el armario y llevo años sin abrirlo porque aún debe haber restos orgánicos en sus costuras

Ya no recuerdo la última vez que me puse abrigo. Tengo un recuerdo vago de gente en la calle, creo que en abril, hacía frío y era domingo. También recuerdo un viernes en el que por la mañana hacía casi calor y por la noche hacía un frío glacial y también había gente, familia, celebración, reunión, comida, vino, pan, risas, encuentros, iba a conciertos con miles y miles de personas, hasta 30.000 andando al unísono levantando polvo y nadie iba con mascarilla ni utilizaba gel hidroalcohólico ni guardaba distancias y la higiene era precaria, sucinta y mínima. La gente se mareaba apenas a medio metro de ti con un sonido atronador de fondo. Con el aire lleno de bacterias o virus flotando, ni sabía que entre las personas todo estaba lleno de aerosoles. Y los microrganismos se transmitían sin control en apretones de manos y besos con personas desconocidas que pertenecían a otra burbuja. Recuerdo que en ese horror dantesco sin distancias ni mesas de cafeterías desinfectadas había hasta tugurios noctámbulos donde todo el mundo se aglomeraba en un recinto cerrado sin apenas ventilación bebiendo y bailando toda la noche y en ese mundo tenebroso todo el mundo tocaba todas las cosas y ni siquiera llevaban toallitas dermoprotectoras ni hipoalergénicas, en un caos donde nadie sabía que era el cloruro de benzalconio ni la clorhexidina. En esos tiempos oscuros creo que se daban profundos besos a personas hasta media hora antes desconocidas profusamente embriagados con el único y limitado riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual que a veces ni se prevenía en ese mundo de salvajes y promiscuos. Al principio se pensaba que algún día se volvería a esa barbarie y sólo volvieron los suicidas descarriados que no querían permanecer en su casa-cápsula, los que volvieron a habitar la noche. Apenas recuerdo, con intranquilidad y desasosiego, los tumultos y los eventos en los que por abril o mayo me ponía abrigos. Cuando tomo café en una mesa y silla higienizadas, a distancia legal del resto de ciudadanos observo que casi todos, por su edad, son pandémicos y no habitan la noche; han aprendido por fin, tras décadas y décadas de horrores, a separarse de sus semejantes y no respirar sin mascarilla homologada cerca de los aerosoles de los demás. Mi abrigo debe estar aún en fondo del armario y llevo años sin abrirlo porque creo que aún debe haber restos orgánicos en sus costuras.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios