Dignamente

La realidad y la dignidad son conceptos contrapuestos a consecuencia de las políticas sociales y neoliberales

Son tantas las posturas y visiones sobre la dignidad que se han enarbolado en la historia que ya a nadie le cabe duda sobre lo que significa. Podría decirse que reina el consenso y la legitimidad. Todos estamos de acuerdo con su significado filosófico y con que tenemos derecho a ella, primero por nuestra condición humana pero también por nuestra condición histórica: por haber heredado los beneficios de las revoluciones. Sin embargo no hay tanto consenso con los discursos políticos y económicos al respecto, ni con la manera de "encajar" la dignidad en la realidad. Creo que la dignidad no es realista y que no se ha sabido llevar del terreno teórico al real, no hay "encaje". La casta política la utiliza para cultivar su electorado creando una dignidad populista. Sólo determinados grupos tienen derecho a ella desde la discriminación positiva y el tratamiento mediático. Por otro lado los grupos de poder económico han diseñado una dignidad estratificada: la categoría profesional ha distorsionado la identidad y la dignidad en la vida social capitalista. Así pues tenemos una dignidad populista y estratificada, no realista ni extensiva a la totalidad de la comunidad humana. Dicho de otra forma es una dignidad segregacionista: divide la población en dignos e indignos. Los indignos quedan excluidos del concepto de dignidad. En el occidente neoliberalista la dignidad es una ficción bañada por la doble moral y la hipocresía donde no entramos todos porque no hay homogeneidad. Las normas no son iguales para todos. No obstante esto también hace que la realidad sólo este al alcance de los indignos. Un conocimiento tan necesario como ese sólo es accesible para los que son ninguneados. ¿Qué contradicción, no? Y la realidad, la objetiva, ya no es de interés para los dignos. Como en otra época tiene menos importancia que la fe, el estado o la indulgencia. Bien pesando podemos traducirlo y decir que la realidad tiene menos importancia que el buenísmo o la notoriedad de la estética. Se ha convertido en una ficción de masas donde hay personajes principales y secundarios y donde, como en una novela, el autor y la editorial obtienen beneficios económicos con su distribución. Pero ¿qué pasa con los lectores? Obviamente no forman parte de la trama. Los indignos, desde las butacas de la realidad, sólo son espectadores de lo acontecido en las páginas por héroes imaginarios.

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