Dinero, fe y presupuestos

Y sólo nos queda la fe, pero una fe ciega, en que no se rompa el precario equilibrio

Entender que la energía que mueve la economía es la confianza o, lo que es lo mismo, que el dinero es solo un producto de la fe, porque su valor no existe sino en nuestra imaginación colectiva, es algo que debería enseñarse desde parvulitos. Demasiada gente ignora casi todo sobre la historia económica humana o la ficción ideológica que hay detrás de los papelitos de colores que circulan en el comercio diario y sirven para que nos vendan cosas o nos den de comer. Aunque el dinero sea solo un constructo imaginario, una entelequia irreal de consecuencias reales o, como decía no sé quién, el sistema de confianza mutua más eficaz inventado por el hombre. Pero un sistema necesitado de reinvención urgente ante la falta de soporte fiable y el acoso de las criptomonedas.

Porque aquellas monedas materiales que desde antes de Hammurabi se vinculaban al peso del cereal o la plata, hoy apenas representan el diez por ciento del caudal que atesoran las fortunas informáticas, caudal que carece de cualquier respaldo objetivo que explique, y mucho menos justifique, su valor. Un valor que al menos cabía descifrar cuando aún existía el patrón oro, que los neocons arrumbaron en los 70, dejando el sistema monetario al pairo y sometido a las marejadas del cambio de divisas según las ocurrencias de los tiburones o los salvapatrias de ocasión, no sabemos qué es peor. Así que hoy andamos instalados en una especie de economía mística que, con su entramado inextricable de precios (¡todo tiene precio ahora!), ha sustituido a la teología como dogma legitimador del Estado. Y sólo nos queda la fe, pero una fe ciega, en que no se rompa el precario equilibrio; y la esperanza de que a ningún loco le dé por crear más circulante del que la imaginación permita digerir, una tentación demagógica nada fácil de controlar y que alteraría la armonía que requiere la fe, pasada por el cedazo del abuso, provocando el desengaño en los mentideros monetarios y la vuelta a la arcaica economía del trueque (que se lo pregunten, ay, a venezolanos o argentinos). O de que al populista de turno le dé por creer, alucinado él, que los papelitos de colores lo soportan todo, incluso calzarse unos presupuestos monetaristas y expansivos, aun sin ingresos fiscales que los amparen, desvarío que los mercados volverían a castigar, con impiedad, retrotrayéndonos a los años de la recesión y quiebra técnica nacional, de hace una década.

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