¡lo que nos gustaba recordarle al "President" Puyol que "el nacionalismo se cura viajando"! Pero, como tantas veces, el refranero acude en nuestra carga con un "consejos vendo, que para mí no tengo". Por eso, nos resulta tan natural aplicar la ley del embudo para analizar los acontecimientos cotidianos. Es muy evocador ver cómo el pueblo, desbocado, llena las calles recibiendo con vítores a SM cuando acude a visitar a quienes el fuego ha arrasado sus bienes, mientras que el mismo pueblo recibe con abucheos al Presidente del Gobierno, que acude a hacer lo propio.

Siempre hemos admirado a tantos otros países europeos que han sido capaces de formar gobiernos de coalición; y ahora que aquí lo logramos, no somos capaces de comprender cuáles son sus costes: ¡hay que ponerse de acuerdo entre los integrantes de la coalición… para todos los asuntos! Y es que ese es uno de nuestros grandes males, comprender que la realidad exige dialogar. Y diálogo, lo que es diálogo, no parece ponerse de moda nunca entre nosotros. Si miramos a la Derecha: todo lo que no sea gobernar ella es "un okupa en la Moncloa"; sin más programa que privatizar cualquier bien público susceptible de hacer negocio con él. Si miramos a la Izquierda, unas bases radicales perpetuamente insatisfechas por las continuas cesiones al grupo mayoritario quien "no deja de hacer guiños a esa entelequia formada por el Centro moderado".

Cualquier cosa vale, de parte y parte, menos comprender que lo esencial es la salvaguarda y promoción de la dignidad humana. ¿Cuál es el proyecto de país que queremos tener colectivamente? No me refiero a poner letra al himno nacional, o cambiarlo por otro. (A estas alturas de la vida ya es impensable; por sus letras, sabemos que en los demás países eso se logró, que no pactó, cuando había un grupo dominante que lo impuso.) ¿Era necesario que muriese alguien por un colapso de calor durante una jornada de trabajo entre las 15:00 y las 18:00 horas?

Si difícilmente somos capaces de ponernos en el sitio del otro, resulta imposible imaginar qué es el bien común. Para algunos, se reduce a dar ayudas económicas directas para estudiar en centros privados a los hijos de quienes tienen ingresos anuales por encima de los 100 mil euros. ¡Algunos profetas incluso recurren "al mérito" para justificar las descabelladas propuestas de sus sacerdotes! Es más, ¿hay que explicarlo para que se entienda?

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