Diversión en el trabajo

Los trabajadores que se divierten en sus ocupaciones son más productivos, luego valga un Día Mundial

E S conocida la controversia, puestos en cuestiones de enseñanza, sobre la conveniencia o no del aprender jugando -dígase del aprendizaje lúdico- como alternativa a la invocada utilidad del esfuerzo, sin que haya de llegarse al extremoso principio de que la letra con sangre entra. Pues bien, de la labor de los alumnos, estudiar, al trabajo de los padres y a la celebración de todo un Día Mundial de la Diversión en el Trabajo. Cuenta este ya con más de dos décadas de cumpleaños en Estados Unidos, aunque en España se hizo algo popular en los primeros años de este siglo, auspiciado por una consultora cuyo objeto de mercado es el humor positivo -no solo el humor negro da réditos de algún tipo-. Los adalides de la diversión en el trabajo no recitan un mantra pero subrayan que divertirse trabajando, antes que restar, acrecienta la profesionalidad. Todavía más, los trabajadores que se divierten con sus ocupaciones son más productivos y, por si fuera poco, la alegría, emparentada en primer grado con la diversión, favorece la creatividad, aminora la rutina, evita el aburrimiento, pone coto al estrés y hace más efectiva la toma de decisiones. Bendita diversión, en fin, la que el pasado lunes, día 1 de abril, celebró su señalado Día Mundial. Tiene el trabajo la impronta de la maldición, cuando en el paraíso virginal quedaron las vergüenzas al aire por mor de la primera desobediencia, el primer pecado del relato veterotestamentario del Génesis. Trabajar con el sudor de la frente venía a ser, por ello, una forma de duro y penoso castigo con el que se perdía la primigenia felicidad, la templada diversión de la creación divina. Pero esta celebración festiva no es una redención posmoderna de una penalidad ancestral, sino acaso una excusa, una estrategia no poco instrumental, para que, a la postre, la producción no decaiga. Esto es, si la diversión de los trabajadores importa, más que razón en sí misma, resulta un acicate para el rendimiento. Por eso no se auspicia una felicidad espontánea, connatural, sino que hay que valerse de juegos de papiroflexia, de rondas de churros, de corbatas horteras, de fotos infantiles, para que la felicidad se haga más bien anecdótica, aunque encumbrada por un Día Mundial. Aun así, no parecen pocos quienes pondrían por delante la felicidad en el trabajo al sueldo. Es el pago en especie de la diversión.

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