Doctrina inversa

El estado de las cosas no suele responder a fenómenos repentinos, sino a doctrinas hace tiempo inculcadas

Cuando alumnos con necesidades educativas especiales se escolarizan en los centros escolares, habitualmente lo hacen con recursos o respuestas propios de la integración educativa, evolucionada -al menos en los conceptos- hacia la educación inclusiva. De tal modo que tales alumnos, en función de sus necesidades, permanecen en aulas ordinarias con algunos apoyos o reciben enseñanza en aulas específicas a cargo de docentes especialistas. En este último caso, sobre todo, algunas innovaciones educativas señalan el valor de la conocida como "integración inversa". Esto es, alumnos sin necesidades educativas especiales son los que acuden, en diversos momentos de la jornada escolar, a las aulas específicas, para integrarse con sus compañeros que sí presentan tales necesidades; apoyándolos, realizando actividades conjuntas, con un mutuo enriquecimiento educativo que lleva a aprendizajes, en su más amplio y alto sentido, bastante relevantes. Pues bien, con el adoctrinamiento, como desarreglo del enseñar -la adecuada doctrina es enseñanza para la instrucción-, podría ocurrir algo semejante y un profesor catalán se ha atrevido -porque tal "innovación" resulta una osadía- a ello, con alumnos ya mayores, en Bachillerato, para contrarrestar el "relato histórico" que determinados posicionamientos nacionalistas sostienen. De ahí la posible consideración de una doctrina, que no adoctrinamiento, inverso, aunque sabido es que las bondades predicadas del nacionalismo propio se tornan perversas cuando son atribuidas el "nacionalismo español". Como fuentes de autoridad, algunas perlas escogidas vienen a propósito. Valgan la ideas, es un decir, de Pompeyo Gener, que según parece murió pobre y loco en un sanatorio de Barcelona, en 1920, de quien proceden interpretaciones de la realidad española propias del racismo ario, cuando sostenía, precisamente, que la población de España se divide en dos razas: una la aria, del Ebro al Pirineo, y otra la que ocupa el territorio del Ebro al Estrecho, donde nuestro predecesores no son arios, sino semitas, "presemitas" o mongólicos, justo para lamentar: "No podemos sufrir la preponderancia de razas inferiores". Contrarrestar tal disparate casi resulta un ejercicio de memoria histórica -también inversa-. Y recuérdese, en fin, que el estado de las cosas no suele responder a fenómenos repentinos, como las inclemencias del tiempo, sino a doctrinas hace tiempo inculcadas.

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