Muchas veces tengo la impresión de que el clima de polarización política y social que vivimos en España es una creación más artificial que real. Hay posiciones que se exageran para ampliar innecesariamente la distancia que separa a la oposición del gobierno. Hay críticas que se teatralizan en exceso para despertar la simpatía de los más entusiastas y hay situaciones o problemas que se inflan artificialmente por razones estratégicas o partiditas.

El gobierno de España y el Estado no están en manos ni de filo terroristas ni de peligrosos comunistas bolivarianos. El hecho de que Bildu y ERC hayan votado los presupuestos generales del Estado puede merecer críticas por las formas, por el odioso pasado terrorista de algunos dirigentes batasunos o por la elección de esos apoyos en lugar de buscar el entendimiento con Ciudadanos. Pero de ahí a alegar que ETA o sus herederos están en el gobierno, le condicionan o han entrado en la maquinaria del Estado, hay un abismo irracional incompatible casi con el sentido común.

En la España del siglo XXI no hay ninguna posibilidad de un golpe de Estado, tampoco hay un Ejército que tenga un sentimiento contrario a la Constitución, o que no respete al gobierno y a los representantes democráticamente elegidos por la ciudadanía. La carta, las conversaciones o el manifiesto de militares jubilados puede coincidir con las opiniones políticas de determinado partido extremista, pero convendría no dar más importancia de la que tiene a una serie de personas que representan un pasado que nunca volverá. Subir artificialmente ese suflé sólo sirve a tácticas que persiguen crear enemigos artificialmente y trasladar una imagen profundamente desenfocada de una milicia democrática, constitucional y moderna, de la que todos debemos sentirnos orgullosos. El hecho de que los partidos de la oposición no apoyen los presupuestos generales del Estado no es una traición a España ni un acto de falta de patriotismo. Es evidente que España necesita unos nuevos presupuestos, sobre todo en la actual coyuntura económica y después de las sucesivas prórrogas de las cuentas del último gobierno del PP. Pero la negativa a apoyar los presupuestos del gobierno por parte de la oposición, ha entrado dentro de juego democrático habitual durante cuarenta años de democracia. Todos ganaríamos muchos, si las críticas y las posiciones legítimas de cada partido se hicieran y defendieran con mucha más mesura y sin sacar las cosas de quicio.

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