Efímeras perseidas

Vivimos rumiando historias viejas y aguardando días mejores pero sin la capacidad de ser dueños de nuestro ahora

Deberíamos aprovechar estas noches, si no lo hemos hecho ya, para disfrutar de un fenómeno interesante. Las perseidas, o lágrimas de San Lorenzo, se citan anualmente con la humanidad no sólo para abrumarnos con los enigmas del cosmos si no para recordarnos lo breve que se muestra nuestra existencia. Las estrellas fugaces interpretan en el cielo nuestro vodevil existencial en la tierra; ese momento que se va para no regresar. "Parece mentira que haya pasado tanto tiempo, ¡pero si lo recuerdo como si fuera ayer!" Es seguro que esta frase les suena. Un mal que afecta a la salud mental occidental es la incapacidad de detenernos, disfrutar e interiorizar lo efímero. El vertiginoso ritmo al que nos somete la vorágine diaria hace que vivamos ansiando el momento venidero dejando escapar un presente que en breve será polvo y recuerdo. Es frecuente observar en las consultas la ansiedad anticipatoria, producto de un exceso de preocupación por el futuro. O bien la melancolía, una suerte de regodeo en nuestras reminiscencias pretéritas. Sin embargo es del todo inusual que alguien pida ayuda por sentir que el momento se le escapa entre los dedos. El instante pareciera importar tan poco que ni causa patología. Detenernos en lo único verdaderamente real, nuestro aquí y ahora, debería ser una prescripción terapéutica generalizada, una asignatura obligatoria y un hobby mayoritario. Intentamos poner a la tecnología de nuestra parte, haciendo fotos y vídeos que congelan el recuerdo. Pero observen que cuanto más tiempo transcurre más ajenos nos resultan tanto nuestra propia apariencia como la forma de conducirnos en esos tiempos. Porque al final andamos rumiando historias viejas y aguardando días mejores pero carecemos de la capacidad de ser dueños de nuestro presente.

Sería un bonito homenaje a nuestras vidas escoger esta noche un lugar apartado, tumbarnos a contemplar el firmamento y acariciar, durante menos de un segundo, algunas de esas lágrimas que caen para inmediatamente desaparecer. Una mota de polvo que es, brilla un instante efímero y deja de ser. ¿Les suena? De todas formas también les diré que este asunto, como todos, tampoco ha de convertirse en una obsesión. A la postre hasta el propio San Lorenzo, mientras los romanos lo martirizaban asándolo en una parrilla gigante, se permitió entre lágrima y lágrima un poco de guasa: "Denme la vuelta que por este lado ya estoy hecho".

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