Elefantes de plástico

Mañana habrá que volver a primera línea, con periódicos recién impresos y locutores que radian el mundo en picado

El día después la ciudad está vacía de personas y los semáforos cambian de verde a ámbar y de ámbar a rojo sin sentido ya que no hay coches que se tengan que detener. Todos los bares están cerrados y de vez en cuando se ve un peatón furtivo como un fantasma fruto de los espejismos de las aceras. El día después no hay periódicos y sólo hay periódicos del día anterior rayados con bolígrafo como estrellas que nos dicen como fue el pasado. El festín del día de año nuevo es una cola interminable ante la única cafetería abierta como imagen de postín que quedará después de que todas las cafeterías cierren y el resto se den cuenta de que no tiene sentido abrir nuevos negocios con nuevas ideas. Después de comprobar que efectivamente no hay más cafeterías abiertas (ni quioscos, ni comercios, ni bancos, ni restaurantes) hay que volver a la cafetería de postín para hacer cola. En la cafetería de postín los camareros van de etiqueta de segunda con camisas blancas y hay déficit de servicio aunque en el día de la ciudad sin horas no hay prisa para tomar el tradicional chocolate de año nuevo. El chocolate del lujo y la uniformidad en las noches de desenfreno que castiga a los parias que quieren vivir la mañana siguiente en el vacío siniestro de la ciudad. El apocalipsis y el fin del mundo es una mañana sin cafeterías ni periódicos en la ciudad. En el interín entre el día de año nuevo y el día de los Reyes salen de sus tumbas todos los muertos vivientes y asaltan las camiserías del augusto empleado de antaño que se desborda ordenando el género mientras otra vez colas de personas desesperadas intenta pagar por la prenda-regalo que probablemente devolverá el próximo día hábil. Para la tradicional y sobrevalorada cabalgata también salen de todos sus cubículos mares de personas que desean ver el último destello de luz mágica de mentira antes de que la pesada cadena de la realidad y el grillete de la normalidad les ate otra vez a la rutina. Mientras pasan más luces y bengalas, discursos y gaviotas mecánicas, coches que tiran de la fantasía efímera de cartón. Después una sombría nube va bajando sobre la ciudad y va impregnando de niebla gris e invisible cada avance de las manecillas del reloj mientras se fabrica el último instante envuelto en papel de regalo. Mañana habrá que volver a primera línea de fuego, con periódicos recién impresos y locutores que radian el mundo en picado.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios