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Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Elogio de la ambición

La ambición es una de las virtudes más nobles que existen. Y lo es porque, en cierto modo, siempre está todo por hacer

Es triste comprobar cómo la ambición, ese ardiente deseo de conseguir algo importante que ha sido el motor fundamental del progreso de la Humanidad, goza de tan mala reputación. Declararse ambicioso en un mundo que quiere presumir de igualitario, destila un cierto aroma romántico. Para los nuevos moralistas es casi la proclamación pública de un inadmisible pecado de soberbia. Confunden la igualdad, que posibilita que todos podamos desarrollar nuestras capacidades, sin trabas provenientes de razones de cuna, con el igualitarismo, esa forzada imposición de igualar por abajo que cercena la libertad de desarrollar esas mismas capacidades con el objetivo de ser mejores. Olvidan que no hay mayor igualdad que la de tratar desigualmente a los desiguales.

La ambición no está reservada tan solo a quienes ansían protagonizar la Historia. Está presente, y es bueno que así sea, en todo tiempo y lugar. Es un acicate para quienes, a diario, se esfuerzan en mejorar su propia vida y la de los demás. No podemos negar que la ambición desmedida haya provocado terribles atrocidades a lo largo de la historia. Pero tampoco que ha sido la semilla de la que han germinado las grandes obras artísticas, los más excepcionales inventos, las sociedades más justas, los pensamientos más positivos y en definitiva, el progreso humano. Sabemos que el camino nunca será sencillo. Que exige sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, en acertada frase de Churchill. Pero si somos conscientes de que el sacrificio siempre será menor que el regocijo de superar cada reto, nuestra ambición será positiva. Incluso aunque no lo superemos, la satisfacción por intentarlo aventaja de sobra a la desazón de instalarse permanentemente en la mediocridad.

La ambición es una de las virtudes más nobles que existen. Y lo es porque, en cierto modo, siempre está todo por hacer. El ser humano se enfrenta a continuos retos, individuales y colectivos, a los que debe responder de la forma más eficiente y satisfactoria. Y es a la luz de los logros obtenidos, por modestos que sean, como los problemas se ven de modo nuevo, a la vez que surgen otros interrogantes y desafíos. Las épocas de esplendor son aquellas en las que la ambición inspira a las personas, a la sociedad y a las instituciones. La principal causa de decadencia humana es la escasez de ambición, contentarse con lo recibido sin esforzarse por seguir creando. No caigamos en esa comodidad suicida.

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