El primer titular, ficticio pero verosímil, decía «La British International School of Almería celebra su primer Encuentro Internacional». Al leer la noticia, a uno se le caía la baba: «alumnado de 30 países distintos vendrán a nuestra ciudad a dar a conocer su cultura y costumbres». Cualquiera de nosotros desearía que su hijo o hija estuviera en un centro educativo donde se celebren este tipo de eventos.

El segundo titular, este totalmente real y portada de un medio local, decía hace una semana «Almería tiene centros con el 98 % de alumnos extranjeros», y añade «El Colegio Virgen del Rosario de Roquetas tiene 264 estudiantes, de los que 259 son foráneos». La noticia habla de más de 30.000 estudiantes de otros paises, etc.

El primer titular habla de la diversidad como riqueza, del enorme valor formativo que tiene para nuestros jóvenes, habla de una ocasión muy especial. El segundo titular lo plantea como un problema, sin ofrecer la más mínima perspectiva de esperanza. Simplemente con haber utilizado la palabra «niño», «persona» o incluso «ser humano» la cosa hubiera quedado matizada, pero al aplicar la categoría «extranjeros» estamos dejando claro que no son de aquí y que por tanto es un problema que tengamos que escolarizarlos: «fíjese usted, vienen a trabajar y encima le tenemos que dar clase a sus hijos», puede pensar su vecino.

¿No será entonces que no nos molesta que sean de otros países, sino el hecho de que sean pobres? Ya… ya sé que hablar de «pobres» está mal visto, pero es lo que son. Pobres. Y claro, el «pobrecito chiquillo, que viene porque no tiene para comer» nos da pena el primer día, el segundo… pero termina transformándose en un molesto cansino, aunque sus padres saquen adelante el trabajo que no queremos hacer los demás. Hemos llegado a tal grado de crueldad, que hacemos categorías incluso dentro de los extranjeros, porque no son igual los que entran por Barajas (la mayor parte de la inmigración) que los que cruzan el Estrecho, o los «menas». Estos últimos no merecen ya ni siquiera ser extranjeros. Están en el punto más bajo de la pirámide.

Los medios tienen que plantearse seriamente qué clase de mundo quieren construir… y la escuela, por su parte, tiene que aprovechar la enorme riqueza cultural, la infinita cantidad de saberes que puede acumular esta diversidad. Es en el encuentro entre personas donde se produce el auténtico aprendizaje.

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