Engendros de ingenieros

Paseo por nuestros pueblos y paisajes horrorizado ante la superabundancia de cables, de trenzados y amasijos postes horrendos

Paseo por nuestros pueblos y paisajes horrorizado ante la superabundancia de cables, de trenzados y amasijos informes, de postes horrendos y engendros de torres metálicas que proliferan como las setas; un entorno abyecto, terrible, que imposibilita el deleite y la belleza en las secuencias urbanas. Y me pregunto el porqué de todo ello; si no costaría lo mismo, por ejemplo, diseñar un poste bello, sea de hormigón o metálico, en vez de uno feo. Constato, además, por mi experiencia reciente, que las grandes corporaciones que controlan la energía tienen la sartén por el mango en todos estos asuntos, que han doblegado a todo poder ciudadano y al de sus representantes -algunos de los cuales acaban siendo comprados por obra y gracia de las puertas giratorias- y que, a la postre, hacen en todos sitios lo que les da la real gana. Vivimos en un mundo donde la técnica y la ciencia son reverenciadas, incuestionadas, y sus gurús tienen cheque en blanco para ejecutar sus designios. Hace ya muchísimo tiempo que los ingenieros diseñan todo sin diseñar nada, que han olvidado toda sugerencia estética y que se han abandonado, al fin, a la mayor insensibilidad que la historia ha conocido. Evoco y recuerdo, a menudo, la belleza de las grandes obras de ingeniería romanas; acueductos, puentes, calzadas y anfiteatros, donde la perfección técnica se asociaba al más sabio diseño estético, que justificaba la función y le daba una feliz solución visual en una simbiosis de verdadera autenticidad. Y lo mismo para las obras civiles de la Edad media y la Edad Moderna. La cosa cambia con la Revolución industrial y el nacimiento de la Edad Contemporánea; desde entonces hemos elevado el conocimiento científico a los altares y hemos ido creando un lugar inhóspito, hostil a toda poesía y a toda belleza. Hemos sacrificado nuestro natural instinto para el deleite de lo estético y nos hemos abocado a un cientifismo totalitario y excluyente que nadie se atreve a cuestionar. Hemos aniquilado, antes que nada y en primer lugar, la belleza de las cosas y de los objetos, de los lugares y de los paisajes, y hemos creado un entorno que en apariencia todos aceptamos porque nos hemos embrutecido al unísono. La cuestión es que los ingenieros ya no son estetas pues nadie espera eso de ellos y, poco a poco, se han colocado por encima de los arquitectos en consideración e importancia.

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