Entender por sí mismo

Entender por sí mismo debería ser resultado, tan escueto como principal, del aprendizaje no solo escolar

Estos estertores engañosos del verano coinciden con el comienzo del curso escolar. Y, por eso, la enseñanza adquiere algún protagonismo. Todavía más, si una enésima reforma del sistema educativo español, por mor de la falta de acuerdos básicos y de una estabilidad especialmente necesaria, está en desarrollo con cambios relevantes que afectan al qué se enseña y, también, a cómo se evalúa lo aprendido. De modo que no estará de más recordar las tres especies de cerebros que Maquiavelo catalogó tras su provechosa y desengañada experiencia cortesana en los albores renacentistas. Cerebros hay que entienden por sí mismos y a estos les atribuye un valor excelentísimo. Otros cerebros disciernen lo que otros entienden, y su categoría es excelente. Mientras que no pocos cerebros no entienden por sí mismos ni por otros, luego se trata de cerebros inútiles. Aunque el florentino se valía de esta clasificación para conjeturar el talento de un príncipe o de un gobernante, a partir de cómo eran los hombres que tenía alrededor, se presta asimismo para alumbrar la controversia sobre qué debe ser enseñado en los centros educativos y aprendido por el alumnado. Entender por sí mismo parece, incluso escuetamente formulado, un propósito fundamental. Y podría formar parte de esos saberes básicos, ajenos a la confrontación política e ideológica, que propicien la tan reiterada "autonomía personal". Así como la disposición para un "aprendizaje permanente", más allá de la enseñanza escolar.

Luego el empeño decidido, para evitar que en el reparto maquiavélico no prevalezcan los "cerebros inútiles", ha de tener preferencia en la adecuación o los cambios en la enseñanza. No debería resultar empresa tan difícil e inalcanzable esta de convenir y compartir qué saberes son indispensables, imprescindibles, y cuáles son las mejores formas de enseñarlos. Cierto que en esta posmodernidad son distintas y dispares las maneras de acceder al conocimiento, que este no puede resultar enciclopédico por obvias razones de inabarcable amplitud, que la memorización solo acumulativa pierde sentido, que se desvanecen las grandes certezas y han de incorporarse, o sucederse, las relatividades. Cierto, pero asimismo es imperecedera la sabiduría clásica, precisamente por su carácter sustantivo y esencial. Dar con esto último en los contenidos de la enseñanza no habría de ser otra oportunidad perdida. Y, para ello, se necesita de los que entienden por sí mismos o disciernen lo que otros entienden.

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