Lo que ocurrió en la pasada gala de la entrega de los Óscar del cine es uno de los elementos que en este mundo revuelto más puede merecer la pena analizar por sus múltiples lecturas. Es evidente que el humorista, Chris Rock, violentó la sensibilidad de muchas personas al hacer chiste de un defecto físico. Observemos cómo el buen gusto de hoy habrá de llevarse, tal vez, al extremo de hacer chiste sobre la impotencia sexual, dado que ningún impotente ni consorte va a salir públicamente, a recriminar la actitud del chistoso. Es evidente que pedir a la pareja de Jada Pikket una reacción educada es justo, además de necesario: no se puede responder con violencia a toda provocación, por injusta que sea. Sobre todo, cuando es resultado de una broma, aunque sea de mal gusto. Hubiera quedado ejemplar, admirado Will, levantarse y decirle al oído lo mal que está hacer chistes sobre defectos físicos ajenos.

Se trata de una anécdota que hubiéramos acotado en la época de nuestros padres o abuelos: un chico bromea groseramente con una chica, y su chico responde violentamente, tal vez bajo la admiración de sus más cercanos; pero ocurre "en otra generación", ¿por qué? Pues porque todas las generaciones tenemos que aprender desde cero: ¡deja de ser el imbécil que no se explica "cómo puede pasar que en pleno s.XXI…, bla, bla, bla." Pues sí, las cosas pasan porque no se trabaja lo suficiente por mejorarlas; nos limitamos con pedir al que venga detrás que cierre la puerta al salir, como si los zascas fuesen lecciones de algo.

La suerte de aquel momento, lo que da lugar a controversias y posturas múltiples a favor o en contra de unos y otros, es el hecho de que el chistoso no hubiese sido una chistosa y el abofeteador no hubiese sido de piel negra sino blancuzca. Ese hecho hubiera hecho coincidir a to quisque en la condena, ¿verdad?

Pero, lo verdaderamente lamentable es que aún diez días después de aquello, se sigan exhibiendo en todas las cadenas, y con toda naturalidad, imágenes de la hostia que Will Smith endilgó a Chris Rock, a la vez que disfrutamos del tachado que se hizo de la "puta": por lo visto podemos consumir maldad visual, pero esto no incluye cierta palabra, aunque esté en el DRAE.

Ah, y hubo un premio para los nuestros: a un corto, "El limpiaparabrisas", de Alberto Mielgo. Seguro que es el primero de muchos otros, y "un nuevo renacer" para el corto desde Almería.

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