Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Abogada

Érase que se era... el mundo real

Volvía a casa extenuada, y con la cabeza llena de imágenes y emociones, pidiendo un vaso de agua

Desde que amanecía, y escuchaba trajinar en la cocina, daba un salto de la cama, y se vestía. Casi dormida, bajaba las escaleras en busca del tazón de leche con sopas, con la esperanza de que ese día hubiese rosquillas, pero solo había si alguien había ido antes a la panadería, y era difícil tan temprano. Escuchaba los pájaros escondidos en el inmenso álamo blanco que había en la plaza, delante de su casa, mientras imaginaba esos mundos que habrían tenido que sobrevolar para llegar hasta allí. Su abuela siempre le contaba, que desde que tenía memoria, llegaban todos los años desde muy, muy lejos, huyendo del frío hasta nuestro pueblo. Ella cerraba los ojos para diseñar una imagen que jamás había visto: pueblos enteros cubiertos de nieve, trineos, árboles blancos, despojados de hojas, y con las ramas dobladas por el peso de los copos que se quedaban pegados a ellas, como si una inmensa sábana los rodease, abrazándolos. Apenas un rato después de tomar su leche, salía a la calle en busca de sus primas y amigas, que ya estaban levantadas, esperando reunirse en un rincón de la plaza, donde se contaban las historias que sus abuelas les habían relatado la noche anterior, mientras tomaban el fresco en el patio de la casa. Algunas de esas historias les daban miedo, y se estrechaban entre ellas, deseosas de escuchar otras más, aunque les temblase la barbilla de terror. Tenían que imaginar cómo serían los lugares donde vivían esos hombres que se convertían en vampiros y sorbían la sangre de sus víctimas, ellas nunca habían visto un castillo de verdad, y Transilvania, ni siquiera la habían visto en un mapa. Pronto, alguna de ellas saltaba del tranco y decía: a que no me pilláis? y era dicho y hecho, todas salían tras ella, a ver quién ganaba. Después la rayuela, el elástico y la comba…..Volvía a casa extenuada, y con la cabeza llena de imágenes y emociones, pidiendo un vaso de agua fresquita, del cántaro que tenía su abuela debajo de la escalera, porque decía que allí se conservaba más fría. La siesta, entre sábanas de algodón blanco, y una ventana que daba al norte abierta, para que hiciese corriente con la de la despensa, que estaba en la planta superior, era un momento dulce. Su prima, tres años mayor que ella, sacaba una cajita de cuentos minúsculos, con las tapas coloreadas, y se los leía, siempre que ella aceptase arrascarle la espalda, mientras duraba su lectura. Eran cuentos con historias, que ocurrían en tiempos y lugares remotos, de los que jamás habían oído nada, por eso ella cerraba los ojos imaginando cómo sería ese lugar y los personajes que las protagonizaban. De repente salió de su ensoñación, escuchaba el ruido monocorde de un teléfono móvil, que sostenía su hijo entre las manos, pulsando febrilmente sus teclas, inmerso en un juego solitario, en el que lo único que tenía que imaginar era el lugar en el que estaba viviendo él.

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