Las últimas agresiones contra inmigrantes en Canarias deberían disparar todas las alarmas de las autoridades, los partidos políticos y el conjunto de la sociedad. La violencia racista es el último eslabón de una larga cadena de irresponsabilidades, desinformación, injusticias, desigualdad y comportamientos al margen de cualquier ética o justificación. El racismo y la violencia pueden tener explicación, pero en ningún caso y bajo ningún concepto tienen justificación. Por eso es urgente que las autoridades y el conjunto de la sociedad reaccionen y se pongan manos a la obra para detener la violencia desatada en Canarias, y condenen unánimemente los actos y manifestaciones de racismo en el resto del país, especialmente con motivo de la campaña electoral en Cataluña.

El hecho de que VOX, un partido con amplia representación parlamentaria, avalado y legitimado por los votos, se haya convertido en el altavoz político y mediático de uno de los más bajos y lamentables comportamientos que puede desarrollar una sociedad, es motivo suficiente para que el resto de las fuerzas políticas reaccionen unánimemente. El racismo es execrable y a lo largo de la historia tenemos múltiples ejemplos de las consecuencias funestas que la violencia racista han tenido para la humanidad. La reacción política frente al racismo y la islamofobia, no debería ser patrimonio de unos u otros partidos, sino del conjunto de organizaciones que respetan y comparten la defensa permanente de los derechos humanos, la dignidad de todas las personas, y la igualdad sin que pueda existir discriminación por razón de raza, sexo, religión, nacionalidad o cualquier otra condición social o política.

Si el racismo ha llegado a la política de la mano de una organización que no se avergüenza de los postulados que defiende, el resto de los partidos tienen que demostrar todos los días, con orgullo y sin vacilaciones, su rechazo a esos planteamientos. El cordón sanitario frente al racismo se tiene que desplegar en el conjunto de la sociedad y en los medios de comunicación. Pero ahora que el racismo tiene voz y voto en parlamentos y plenos municipales, es más urgente que nunca que sea confrontado por mayorías que defienden principios esenciales en un estado de derecho y en una democracia moderna. Porque si el racismo pasa de los discursos y las tribunas a las calles y las plazas, y las palabras se convierten en agresiones y violencia, entonces el espiral será imparable y lo lamentaremos durante mucho tiempo.

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