Espíritu del desencanto

Los fracasos en la gobernanza y gestión pública ya no son señalados ni rechazados

Asistims, desde tiempo atrás, a un cientifismo presente globalizado y de elevadas tribulaciones morales en las que el mal está más extendido que nunca, sin límite alguno, hasta el punto de ser aceptado y justificado con amoralidad por quienes ostentan el poder directivo en la sociedad civil, y quienes coadyuvan a éstos con servidumbre y servilismo.

Los fracasos en la gobernanza y gestión pública ya no son señalados ni rechazados y la sociedad está normalizando mediáticamente y en las redes sociales lo que antes era inverosímil. Los males resultantes se extienden como un triste acontecer, porque las personas, especialmente, las llamadas democráticamente a extinguirlo, han descuidado el deber ético que una vez con libertad prometieron cumplir.

Lo peor, aún si cabe, a nivel personal, sí se habla en contra del espíritu de la época, se recibe la muerte social, no hay posibilidad ni para sobrevivir, salvo excepciones, fruto de la fortaleza espiritual para no caer en el rescoldo de las tibiezas. Como resultado, defender la verdad es un ensueño quijotesco.

Debido a nuestra naturaleza caída, el mal siempre existirá y nos devorará cada vez que encuentre una oportunidad para causar división entre nosotros. Aunque hayamos progresado materialmente y hayamos alcanzado el éxito tecnológico y disfrutemos de un estilo de vida grato, no en todo el orbe, seguimos con el espíritu del desencanto, desorientados y en desacuerdo unos con otros.

El mal distrae a las pobres almas porque ese es su trabajo, corromper y envilecer. La gracia de Dios es necesaria, y sólo podremos recibirla en plenitud cuando estemos dispuestos a estar con Él y con su verdad, tal y como hicieron los santos y los mártires, que se negaron a sí mismos, lucharon contra el mal y permitieron que la gracia impregnara con alegría y esperanza sus almas mortales.

El Papa San Pío V manifestó: «Todos los males del mundo se deben a los católicos tibios». La historia nos enseña que la pérdida de la fe tiene implicaciones sociales. La Iglesia, que está llamada a ser un faro luminoso de moralidad y justicia, pasa postergada. El proceso de secularización, según el historiador Christoper Dawson, no surge de la pérdida de la fe, sino de la pérdida de interés social por el mundo de la fe. Comienza en el momento en que las personas sienten que la religión es insignificante para el modo de vida común y que la sociedad como tal no tiene nada que ver con las verdades de la fe. Paz y Bien.

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